Las penas nunca llegan solas, solo que nunca jamás habían sido tantas y tan seguidas, tan multicolores y sentidas en ese hogar tan vacío, en ese merengue sin alta voz, y tantos padres huérfanos de hijos, Paolas de cada cual, ¡Ay!, Jocelyn, Melba, Arelis!
Luego de quince días de sufrir, esperar, hallar, llorar y enterrar a sus muertos, los dominicanos nos marchamos -o nos quedamos- para tomar unas vacaciones de las que siempre volvemos para contar “los muertos de Semana Santa”. En eso estábamos ayer, esperando el boletín del COE para hacer la tarea. Pero las penas no llegan solas, ya dije. Por eso, a pesar de lo sufrido, a pesar del tanto padecer de un mundo patas arriba donde el fantasma de la incertidumbre y la posibilidad del desastre final acechan por todos lados, ocurrió: Y en un absurdo tan previsible como esperado, el más grande, el Mahatma, Dios o Mahoma, permitió que se marchara de este mundo el primer papa latinoamericano que puso “vida, cuerpo y alma” por reformar la jerarquía de una iglesia católica que en su cúpula o comité político, (desde el oportunista/ pragmático de Constantino hasta ayer), siempre ha estado más cerca del Pio XII, (el de Mussolini y Hitler), que de Francisco, el de Asís, el de los pobres. Precisamente, en homenaje al de Asís, ya elegido papa, el cura Bergoglio se hizo llamar Francisco.
El papa tenía de San Francisco el amor por los pobres, la frugalidad, (“deseo poco, y lo poco que deseo, lo deseo poco”); y de San Ignacio de Loyola, la disciplina y la fortaleza a la hora de enfrentar adversidades, molinos.
Intentó reformar la iglesia, abrir todas sus ventanas, pero no se lo permitieron. Quedan ahí sus palabras, y sobre todo su ejemplo de entrega, frugalidad, tolerancia y respeto al otro diferente que no es como tú, negro, inmigrante, pobre, que no piensa como tú… pero que solo por el bendito milagros de existir es hijo de Dios… Y ahí están las piedras de cada cual para ser lanzadas.
Se nos adelantó Francisco, un papa bueno por quien hoy citamos quejosos a su compatriota don Atahualpa Yupanqui, que en su Payador perseguido no hizo la advertencia… “la sangre tiene razones que hacen engordar las venas/, pena, sobre pena y pena, hacen que uno pegue el grito/, la arena es un puñalito/… pero hay montañas de arena”.