Lo que hace décadas era un estilo de gobierno típico de países subdesarrollados, donde se restringía la libertad de prensa, se acusaba de comunista o terrorista a cualquier crítico del gobierno y donde los presidentes se pasaban las leyes por el trasero, ahora resulta que el país que reprimía a esos gobiernos que abusaban del poder, comete esas mismas arbitrariedades.
La estrella que iluminaba la democracia está sufriendo apagones y aliados y enemigos temen que lo peor esta por venir.
Llamar imbécil al presidente de la FED, Jerome Powell, es una tremenda falta de respeto. Y lo es por tratarse de una figura respetable intelectualmente, que manejó la política monetaria con maestría después de la pandemia.
La reducción de impuestos de su paquete fiscal, donde penaliza las remesas con 5%, es otra decisión que hará impagable la deuda de Estados Unidos y disparará el déficit fiscal (actualmente en 7.26% del PIB) en unos 4 billones de dólares en 10 años, empobreciendo a millones de ciudadanos y enriqueciendo a unos pocos.
Trump tiene todo el derecho de deportar extranjeros ilegales, pero es abusivo y descabellado hacerlo con personas que residen legalmente en Estados Unidos. Eso incluye a estudiantes extranjeros que cursan estudios universitarios.
El turismo se derrumba, porque nadie quiere enfrentarse a una Gestapo migratoria que no distingue a un turista de un ilegal. Los deseos de Trump es que los latinos que viven en Estados Unidos regresen a su país, sin importar si son residentes legales, intelectuales o piezas claves de la grandeza de su economía.
Los arbitrarios aranceles impuestos a todos los países del globo sin pasar por el congreso son inauditos y peor aun cuando países aliados como el nuestro arrojan un alto déficit comercial con Estados Unidos. Sus ataques a la Universidad de Harvard y la prohibición de aceptar estudiantes extranjeros pueden justificarse en Afganistán o Irán, pero ¿en Estados Unidos?
En el plano internacional, la confianza en el presidente Trump, se derrumba. El ataque de Israel a Irán, apoyado por Estados Unidos, dispara las alarmas de una guerra mundial, con un petróleo por las nubes acompañado de la inflación. A Europa, su principal aliado, la ataca sin piedad. Cuestiona la soberanía de Canadá y Groenlandia. Con Rusia actúa como una veleta cuando se trata de lograr la paz en Ucrania. Y China es su peor pesadilla porque no se arrodilla ante nadie.
Ojalá que Los Ángeles no se conviertan en un abril de 1965.