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Uno de los anhelos más grandes de Jesús fue regalar a la humanidad la paz y enseñar a las personas a vivir en ambientes de armonía. Repetidas veces, dijo: “La paz con ustedes” (Jn 20,21) y “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14,27). Incluso, invitó a dar un paso más en las relaciones interpersonales: “Cuanto quieran que hagan con ustedes, háganlo también ustedes con los demás” (Mt 7,12). Todas son reglas que tienen como fundamento la Ley del Amor, que es, a su vez, el sistema religioso y ético, sobre el cual planteó un nuevo estilo de vida a sus Apóstoles y discípulos.
Occidente ha sido profundamente influenciado por la fe cristiana, particularmente por el catolicismo, en su configuración cultural, social y política. Rutas de peregrinación, como el Camino de Santiago, no sólo fomentaron el intercambio espiritual, sino que también contribuyeron a la articulación de redes culturales, económicas y políticas que ayudaron a consolidar la identidad europea. Esta experiencia compartida fortaleció la conciencia de una humanidad unida por vínculos de fraternidad y dignidad. Como resultado, muchas constituciones de países occidentales, aunque no siempre aparece explícito, reflejan los principios inspirados en el pensamiento judeocristiano, como el respeto a la dignidad, la justicia y los derechos fundamentales. En ese sentido, encontramos constituciones como las de Estados Unidos, Italia, España, Alemania y el Reino Unido; de la misma manera, en varias naciones latinoamericanas, la influencia católica es más explícita, como en Argentina, Colombia, Perú, Costa Rica, Paraguay y la República Dominicana.
Resaltamos que las constituciones más modernas, fuertemente marcadas por un espíritu laico, argumentando modernidad, libertad de conciencia y autonomía de las personas, en su corazón, encontramos valores cristianos como la dignidad humana y los derechos; esto se debe a que, todo ser humano tiende hacia lo infinito y que hay principios y valores que, por más que quieran ciertas filosofías y librepensadores, siempre estarán latentes en el sustrato de los pueblos: uno de ellos es la paz. Los pueblos que viven en guerras, destruyen o se autodestruyen. Eso nos hace concluir que la paz es fundamental para el desarrollo integral de los pueblos y que la guerra es el rotundo fracaso de la paz.
Construir la paz ha costado mucho esfuerzo a la humanidad.