El pasado mes de mayo las Naciones Unidas (ONU) organizaron una conferencia especial en homenaje a todas las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Este junio, se realizó otra convocatoria conmemorativa para celebrar el 80° aniversario de la firma de la Carta de la ONU.
Como expresó el secretario general de la ONU, António Guterres, en los eventos mencionados, hace 80 años el mundo “sembró la semilla de esperanza entre escombros y cenizas de guerra”. Echemos nuestra mirada a aquellos tiempos, e incluso aún antes. Después de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas fascistas en Alemania, Italia y Japón se hicieron progresivamente con el control de sus respectivos poderes políticos y establecieron regímenes reaccionarios con una brutal represión interna y la ambiciosa expansión al exterior, llegando a ser así dos orígenes bélicos en Europa y Asia. Con la pretensión de dividir nuevamente el mundo entero, provocaron guerras bárbaras de agresión en regiones como Europa, Asia, África y el Pacífico, sumieron al planeta en derramamientos de sangre y humos de pólvora, exponiendo a numerosas naciones ante amenazas existenciales y desafiando severamente la civilización humana.
La Guerra Antifascista Mundial involucró a más de 80 países y regiones y a una población de unos 2.000 millones, formando el enfrentamiento armado de mayor envergadura en la historia. Los agresores fascistas infligieron calamidades descomunales y una devastación sin precedentes a la civilización de los seres humanos.
Ante la confrontación inminente, los países y pueblos amantes de la paz y la justicia se alzaron para la resistencia con valentía y forjaron el frente unido antifascista mundial y emprendieron un heroico combate contra la invasión del enemigo. En el frente principal en el Oriente, el pueblo y los militares chinos contuvieron y resistieron a las principales fuerzas del militarismo japonés durante una dura y épica lucha a costa de un enorme sacrificio con más de 35 millones de bajas, una proeza grandiosa que no sólo consiguió la liberación y sobrevivencia de la nación china, sino también brindó un crucial apoyo estratégico a los Aliados en campos de batalla de zonas europeas y del Pacífico, haciendo una aportación imborrable a la victoria de la Guerra Antifascista Mundial.
La historia es el mejor libro de texto. Hoy, tras ocho décadas transcurridas, la solemne conmemoración de esta victoria no solo sirve para no olvidar jamás el pasado, sino también tiene como objetivo evocar en las personas bondadosas el anhelo y compromiso con la paz mediante reflexiones sacadas de la historia, consolidando así una fuerza poderosa para atesorar y salvaguardar la paz. Es decir, debemos grabar a perpetuidad en la memoria de la gente que la paz se conquista arduamente y se exige que la cuide con el máximo empeño, que la historia no tolera ninguna falsificación, y que la justicia debe prevalecer. Frente a cualquier intento desvergonzado que pretenda revocar la historia de la guerra fascista y los crímenes inhumanos, embellecer la naturaleza agresiva de las guerras, o incluso resucitar el militarismo, todos los países y pueblos partidarios de la paz deben estar sumamente alertas ante eso y rechazarlo resueltamente.
Actualmente, nuestro mundo está experimentando cambios acelerados no vistos en una centuria, la sociedad humana está afrontando desafíos sin precedentes. Ochenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, la espada de Damocles de la guerra sigue pendiendo en alto sobre la humanidad. Con el desenfreno del unilateralismo, el hegemonismo y el proteccionismo, se ha empeorado el déficit de la paz, del desarrollo, de la confianza y de la gobernanza, acarreando múltiples riesgos y desafíos para la paz y estabilidad mundiales. Al generalizar el concepto de seguridad nacional, cierto país ha desatado guerras comerciales, tecnológicas y arancelarias, sacudiendo gravemente el orden económico mundial. En víspera del 80° aniversario de la Victoria en la Guerra Antifascista Mundial y de la fundación de la ONU, sigue siendo una responsabilidad duradera salvaguardar la paz mundial y promover el desarrollo común.
En los albores del fin de la Segunda Guerra Mundial, la decisión más trascendental adoptada por la comunidad internacional fue la creación de las Naciones Unidas. La Carta de la ONU asentó la piedra angular del orden global contemporáneo e instituyó las normas fundamentales que rigen las relaciones internacionales en la posguerra. Cuanto más cambiante y turbulento sea el panorama global, nos es menester defender con mayor firmeza los frutos de la victoria antifascista, el sistema internacional centrado en la ONU, el orden internacional basado en el derecho internacional y las normas básicas de las relaciones internacionales sustentadas en los propósitos y principios de la Carta de la ONU. Todos juntos hemos de desempeñar, indefectiblemente, el papel de constructores de la paz mundial, contribuyentes al desarrollo global y guardianes del orden internacional.
Como señaló el presidente chino Xi Jinping: “Debemos tomar la historia como referencia, extraer sabiduría y fuerza de las profundas lecciones de la Segunda Guerra Mundial y de la gran victoria antifascista, oponernos determinantemente a cualquier forma de hegemonismo y política de fuerza para elaborar conjuntamente un futuro más prometedor.”
Sugerido por China, el concepto de la construcción de la comunidad de futuro compartido de la humanidad constituye precisamente la herencia y la evolución de las valiosas experiencias de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, responde a la pregunta de “hacia dónde debería ir la humanidad” — interrogante del mundo, de la historia y de los tiempos—, ofreciendo la solución china para un porvenir próspero compartido por todos los pueblos. Hace 80 años, las naciones del mundo, unidas en la misma causa justa contra el enemigo, pugnaron audazmente y vencieron a los poderíos arrogantes y presuntuosos del fascismo. Hoy en día, la humanidad requiere de igual manera la cooperación para solventar el dilema de la seguridad, el diálogo para disipar las barreras entre civilizaciones, así como la unidad para hacer frente a los desafíos comunes.
El autor es Embajador de la República Popular China