El de Úbeda utilizó la alegoría de “conductores suicidas”, para referirse a quienes van por la vida llevándoselo todo por delante.
De vuelta a la jungla, transitar por la Carretera de la Muerte (Ex Autopista Duarte) es una puesta en escena permanente de la canción, con la agravante que, la conducta suicida de los enemigos públicos que transitan al volante en patanas, camiones, volteos, vehículos de carga o autobuses de pasajeros, constituyen un riesgo para todas las personas que transitan en la vía.
En la “República de las regulaciones que no se cumplen Dominicana”, por leyes vigentes que no sirven para nada, no nos quedamos atrás. Por ejemplo, el artículo 268 de la ley 63-17 de “Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial de la República Dominicana”, establece límites máximos de velocidad por zonas. En carreteras, autopistas y autovías, la velocidad “será establecida por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, sin exceder los ciento veinte (120) kilómetros por hora”.
Para reforzar el chiste y hacerlo más gracioso, el art. 54 del decreto 258-20 (Reglamento del Transporte de Cargas), establece que “los vehículos de transporte de carga no podrán exceder los setenta (70) kilómetros por hora en las carreteras troncales…”. Una manejadita de unos cuantos minutos en la Carretera de la Muerte (o en cualquier otra) sirve como medio de verificación sobre el estado de incumplimiento generalizado de ambas medidas.
Quizás, las autoridades responsables de la regulación, supervisión y fiscalización del tránsito en la República Dominicana (MOPC, INTRANT, DIGESETT) viven en un mundo de fantasía alterno; una especie de realidad paralela que les permite trasladarse de un sitio a otro en alfombras voladoras, porque, de lo contrario, no hay razón que justifique el estado de caos, laissez faire y salvajismo que se vive en nuestras calles.
Si cumplir su trabajo en las ciudades les resulta imposible, intentar hacerlo en las carreteras no debería ser tan difícil. Camiones de bebidas carbonatadas, bebidas fermentadas de cereales malteados, alcoholes, aceites, lácteos, cárnicos, insumos de construcción, productos agrícolas, –etc.–, son fácilmente reconocibles. Elijan rubro y verán cómo los conductores manejan sobre los límites establecidos.
En el caso del transporte de pasajeros, es peor todavía. Trasladarse a cualquier lugar del país en transporte público es un peligro mortal, pues la inmensa mayoría de los choferes de las compañías de autobuses manejan como psicópatas al volante, por encima del límite.
Ya que las autoridades son tan incompetentes, incapaces, negligentes, indiferentes, displicentes e indolentes, para cumplir su función de regulación, supervisión y sanción, ¿sería muy difícil exigirles a todos esos prestadores de servicios que dispongan limitadores de velocidad en sus motores, para que, en automático, estos no puedan superar el límite establecido?
No es difícil, no es costoso, es sencillo en términos técnicos y las autoridades tienen la facultad legal para establecerlo mediante normativa, sólo hace falta voluntad política. Aunque, pensando bien la cosa, falta lo más importante… justo lo que no hay.