Debió haber sido en diciembre de 2003 cuando un enigmático personaje se apareció en el periódico El Caribe, en Santo Domingo, pidiendo hablar con algún periodista para «dar cuenta de algo importante». Tras averiguar un poco, el jefe de redacción, Iban Campo, supo que se trataba de un ciudadano del vecino Haití y que por lo poco que habló con él, quería tratar un asunto relacionado con su propio país. Así que me pidió que lo recibiera.
Desde mediados de ese año, una grave crisis política amenazaba cada vez más al gobierno del presidente Jean Bertrand Aristide, cuyos detractores lo acusaban de dirigir un régimen dictatorial pese a haber sido elegido democráticamente. El ex sacerdote haitiano, que ya había sido depuesto por un golpe en 1991, venía perdiendo apoyo en todos los frentes, incluso fuera, en EEUU, que le ayudó a retomar el poder en 1993.
Cuando la persona en cuestión se sentó frente a mí (yo era entonces editor de internacionales) noté en él ese recelo propio del que está a punto de revelar algo muy comprometedor. Luego de presentarnos, el visitante fue directo al grano: “Una rebelión armada está a punto de empezar para derrocar a Aristide y yo formo parte de ella”. Yo traté de ocultar mi incredulidad haciéndole preguntas sobre la situación en su país y el supuesto complot, aunque dentro de mí pensaba que todo era una pérdida de tiempo.
¿Por qué debía creerle? Si bien a esas alturas la presión sobre Aristide se acrecentaba, aún contaba con el apoyo de la población pobre y de sus fuerzas de choque conocidas como chimères. Además, la persona ante mí era un completo desconocido y sin antecedentes que mostrar, a todas luces una fuente “poco confiable” por lo que decidí no seguir adelante. Hoy, por supuesto, me arrepiento de mi decisión y no he sido el único.
En 1993, Walter Robinson, periodista del Boston Globe, recibió y publicó una lista de veinte sacerdotes envueltos en casos de pedofilia, pero el diario no le dio seguimiento; nueve años después esa lista olvidada desataría el peor escándalo de la Iglesia Católica en EEUU. En 1955, Gabriel García Márquez entrevistó al marino Luis A. Velasco, quien pese a haber aparecido ya en todos los periódicos de Colombia, le confesó a Gabo que ninguna tormenta lo mandó al mar, algo que no había contado antes de que se publicase ese famoso Relato de un náufrago, publicado recién en forma de libro en 1970.
Los de Robinson y Gabo son solo dos de los incontables ejemplos de que escuchar con disposición e indagar en cualquier asunto siempre es oportuno, aunque luego debamos descartarlo. En mi caso, esa vez cubrí en Puerto Príncipe la caída de Aristide y tuve que volver a República Dominicana (en el último helicóptero de guerra que salió de Haití) un día antes de que los rebeldes armados, encabezados por su líder Guy Philippe, tomaran la capital haitiana. Detrás de él, en la misma camioneta donde Philippe era aclamado, estaba el misterioso personaje, aquella “fuente poco confiable” que pidió hablar con alguien en El Caribe dos meses antes para darnos la primicia que yo boté a la basura.