La decisión de las Naciones Unidas de crear una fuerza de más de 5,000 soldados para combatir a las pandillas armadas en Haití refleja la determinación de la comunidad internacional por enfrentar una crisis que no cesa de agravarse.
No cabe duda de que la República Dominicana es la nación más perjudicada por el colapso de su vecino.
La migración irregular ha ido en aumento, a pesar de los esfuerzos por controlarla mediante medidas migratorias y militares.
Saludamos esta iniciativa en la medida en que pone el foco en una crisis seria y peligrosa, con décadas de expansión.
Sin embargo, es inevitable recordar la experiencia de los últimos cuatro años: el complejo problema haitiano no tendrá soluciones unilaterales.
Las tropas de Kenia llegaron con la promesa de desarticular a las bandas armadas, pero al final de su misión, lo que queda es un bandolerismo más fortalecido y desafiante que nunca.
Nuestro país no puede confiar en que 5,000 soldados vayan a lograr lo que hasta ahora ha sido impredecible en Haití.
Es necesario, aquí y ahora, promover iniciativas firmes y convincentes que conduzcan a un pacto en el que converjan los liderazgos empresariales, políticos y sociales, con el objetivo de silenciar las armas.
Como nación, debemos impulsar una solución que considere un armisticio o un acuerdo político que incluya a los grupos armados irregulares y establezca un calendario para elecciones libres.
Confiarlo todo a la destrucción militar de estos grupos no garantiza la paz en Haití.
Ofrecer una oportunidad al diálogo, con el interés de silenciar las armas y avanzar hacia un proceso electoral apoyado por la comunidad internacional, podría marcar la diferencia entre una lucha a muerte y la construcción de una paz duradera.
En ese diálogo, gana Haití si logra superar la violencia y se benefician la República Dominicana y la región, al reducirse la amenaza de un aumento en la migración irregular causada por la inestabilidad.
Todavía quedan opciones para reemplazar la vía de la guerra sangrienta, cuya duración nadie puede predecir.
Para ello, existen antecedentes en América Latina que podrían servir de modelo. El armisticio que puso fin a la revolución de 1965 en República Dominicana y abrió paso a elecciones en 1966 es un ejemplo.
Los procesos de paz en Colombia y El Salvador, que lograron deponer las armas a través de acuerdos entre gobiernos y guerrillas, también ofrecen pistas valiosas para una salida alternativa a la crisis haitiana.