No hay un ciudadano, con excepción de los delincuentes, que esté hoy libre de miedo cuando escucha el sonido de un motor detrás de él.
El motor, desafortunadamente, se ha convertido en un tenebroso auxiliar para los que atracan, de noche o de día, y por esa razón nadie se fía de los que van montados en ellos.
Aunque sean ciudadanos inofensivos, los transeúntes y conductores han ido aprendiendo a cuidarse y a sospechar, en extremo, de los que circulan en esos vehículos.
Cuando un motor se le aproxima a un ciudadano mientras camina por una calle o se coloca en paralelo de un vehículo en un semáforo, de inmediato genera susto y alerta.
Hasta ese punto ha llegado la mala percepción que han adquirido, fruto de la alta participación de motoristas en emboscadas a ciudadanos o en ataques de sorpresa a los parroquianos de un colmadón.
Esa percepción afecta, injustamente, a los buenos ciudadanos que usan sus motores para ir al trabajo, para llevar a sus familias de un lugar a otro, o para servir como delivery que ofrecen servicios a domicilio.
Miles de ellos se encuentran registrados formalmente en las bases de datos de las instituciones que tienen bajo su responsabilidad el sistema de tránsito y transporte del país.
A esos deberían dotarse de salvoconductos o permisos especiales para que puedan circular sin restricciones de horarios.
Así como las autoridades establecen limitaciones para que vehículos pesados no circulen en días de la Semana Santa o de las navidades, o en ciertos perímetros de la capital, así debería hacerse con los motores en esos periodos especiales.
Si las autoridades implantan sus anunciadas restricciones a la circulación de motores en la capital de 11:00 de la noche a 5:30 de la mañana, solo exceptuando a aquellos debidamente registrados que porten sus permisos, la atmósfera de miedo ciudadano comenzará a despejarse.
Es obvio que se necesitará de más acciones colaterales para erradicar definitivamente la psicosis de miedo que estos vehículos han provocado en la población, como sinónimos de terror y muerte.
Pero, en definitiva, esta sociedad no puede seguir viviendo entre miedos y espantos por esa causa.