Ocurre en los partidos durante sus procesos de selección de sus candidatos. Hablo del feo espectáculo de quienes al ver fracasadas sus aspiraciones electorales, en un momento de escasa lucidez y pésimo manejo de la frustración arremeten contra su partido y sus compañeros, renuncian de la organización y pasan a ocupar la camilla blanca de alguna de las “ambulancias para egos heridos” que en cada campaña electoral instala el partido gobernante de turno en cada municipio del país. ¡Hagan memoria!
Muy lamentable el espectáculo de un señor que en cuestión de días o semanas descubre lo que no había descubierto en cinco, diez o 30 años de militancia: que su partido y sus dirigentes son -según él- indecentes, irrespetuosos, prepotentes, falaces, corruptos, impostores, impúdicos, obscenos, deshonestos, escabrosos, despóticos, tramposos, charlatanes, tiránicos, profanos, arbitrarios, libertinos, “limpiatumbas” y “vivelejos”.
El asunto continúa y no para de agravarse, al punto de que en las últimas décadas ha trascendido de lo político a las cuestiones del amor de parejas. Durante siglos no tuvo la mujer derecho a olvidar, a dejar de querer, y ahí están las estadísticas de la violencia intrafamiliar. Sólo que ahora, ante el justo empoderamiento de la mujer, van apareciendo unas señoras decididas a negarle al hombre lo que el hombre le había negado ellas: el derecho a olvidar, aunque las víctimas actuales no fueran los victimarios sino sus padres, abuelos, bisabuelos.
Según corresponda, padres, MINERD, Ministerio de Salud y la partidocracia reinante deberían ocuparse de educar en la familia, la escuela y los partidos sobre el manejo de las frustraciones y la resolución pacífica de los conflictos. De no saber perder se debe hablar seriamente en el país, pues es un tema que está marcando la política y, ya ven, también las relaciones de pareja, para que entiendan todos que el único rencor posible contra una hembra es un bolero, y la única venganza: ser feliz.
Por no saber perder agrede un hombre a una mujer (y también viceversa). Por la misma razón, un militante se desboca contra su antigua organización y sus antiguos compañeros, ignorando que también en política las derrotas se acumulan y nos entrenan para victorias posteriores. En el caso del amor, hay que corregir al maestro Sabina: “Lo atroz de la pasión” no es cuando pasa, sino cuando no regresa en otro cuerpo, otra piel, otra palabra.