Woodberson Seïde tomó la mano de su hermana para caminar por la capital haitiana hacia un programa extraescolar de música.
Evitaron autos, motocicletas y territorio controlado por las pandillas cuya violencia llevó esta semana al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a aprobar el despliegue de una fuerza armada multinacional. Una vez llegó a la escuela que ofrece las clases, Woodberson, de 11 años, no pensó mucho en cómo en ocasiones apenas come una vez al día. Su familia duerme en el suelo de una iglesia desde que perdieron su casa ante las pandillas.
El niño, vestido con pulcritud, estaba listo para tocar la batería. En todo Puerto Príncipe, cientos de niños como Woodberson tocan percusión, el piano o el bajo para olvidar la violencia y el hambre de sus vidas.
«Cuando toco la batería, me siento orgulloso», dijo Woodberson.
Para muchos, Haití no parece tener solución. Los niños casi siempre están bajo techo por seguridad. Sus padres tienen miedo de pandillas que reclutan a niños incluso de ocho años.
Woodberson y otros jóvenes músicos de un programa musical con financiamiento estadounidense se niegan a que sus circunstancias dicten su futuro, algo que les ayuda a ellos y a sus padres.
«Ver actuar a mi hijo me hace muy feliz», dijo su padre, Jean Williams Seïde.
Woodberson recibió su primera lección hace dos años dentro de un programa extraescolar de música fundado en 2014 por la organización estadounidense sin fines de lucro Music Heals International. El programa comenzó con 60 niños y ha crecido hasta tener 400 alumnos matriculados en ocho escuelas, un proyecto que cuesta 160.000 dólares anuales. Muchos tocan en iglesias y conciertos locales, algunos después de fundar sus propias bandas.
«Es muy raro (…) poder ofrecer un poco de paz en semejante locura, en un paisaje tan infernal», dijo Ann Lee, directora general y cofundadora de Community Organized Relief Effort, una organización californiana sin fines de lucro que patrocina el programa.
La tradición musical haitiana va desde la rara al compas y el mizik rasin, o música de raíces. Los maestros y estudiantes del programa deciden juntos qué música tocarán, escogida entre géneros como compas, reggae, rock, o temas latinos o africanos.
Muchos de ellos se reúnen dos veces por semana para tocar durante dos horas mientras el eco de los tiroteos resuena en Puerto Príncipe.
«La música transforma», dijo Mickelson Pierre, que aprendió a tocar la guitarra en el programa y ahora enseña. «Es algo extraordinario, y lleva a la paz mental».
Se estima que las pandillas controlan el 80% de Puerto Príncipe y combaten a diario por el territorio. Este año se han reportado más de 2.400 asesinatos, y también han subido los secuestros y violaciones. Las familias son reacias a enviar a sus hijos a la escuela, mucho más a permitirles jugar al aire libre.
La violencia de las pandillas también ha dejado a casi 200.000 personas sin hogar.
Woodberson y su familia vivían antes en Canaan, un asentamiento improvisado establecido a las afueras de Puerto Príncipe por personas que sobrevivieron al devastador sismo de magnitud 7,0 que golpeó el país en 2010. En abril, las pandillas asaltaron la comunidad e hicieron huir a muchos.
«Los bandidos se lo llevaron todo de mi casa y me dejaron sin nada», dijo Jean Williams Seïde.
La familia buscó cobijo en una pequeña sala en una iglesia de Puerto Príncipe, donde duermen el suelo desde hace meses.
Woodberson querría tener su propia batería, pero su padre apenas puede permitirse alimentar a sus cuatro hijos pese a su trabajo de cartero. Su esposa, Nelise Chadic Seïde, es lavandera y sufre anemia, de modo que a menudo se siente débil. No tienen dinero para su tratamiento ni para tres comidas al día, pero dan gracias de no estar muriéndose de hambre.
«Dios nunca nos deja pasar un día sin comida», dijo ella.
En una reciente tarde laborable, Woodberson se puso en pie para tocar una canción de compas en la batería. Sujetó el platillo con la mano izquierda, mantuvo un ritmo sincopado con la derecha, sacó la lengua y se movió al ritmo de la música mientras tocaba.
Forma parte de una banda llamada Hope (Esperanza) y ese día tocaba con otros alumnos «Yo Palem Male», que en creole haitiano significa «Hablan mal de mí».
Otro grupo que no se quedó atrás fue PMF, siglas de Disfruten la música femenina. Es una banda de chicas formada después de que una banda mixta decidiera que sólo quería a los chicos y expulsara a las niñas. Tocaron después de Woodberson y empezaron con «Como la flor», de la asesinada cantante tejana Selena Quintanilla.
«Cuando toco el piano, libero una energía que no sabía que tenía en mí», dijo Ester Ceus, de 17 años. «Me relaja».
Los alumnos pueden elegir cualquier instrumento. Hay 90 guitarras disponibles, 62 teclados, 24 bajos, 15 maracas, cinco ukeleles, dos panderetas y un par de cencerros.
Como resultado del programa, los músicos en formación tienen mejores resultados en clase y sus padres están menos preocupados de que se unan a pandillas, explicó el director del programa musical, Emmanuel Piervil.
Hay un número limitado de instrumentos, de modo que el profesor Raymond Jules Josue, de 24 años, dice a los niños que ensayen utilizando las manos para tocar el ritmo en sus cuerpos mientras se turnan para tocar la batería.
Woodberson es el primero en llegar a clase y a menudo hace de sustituto cuando su profesor recibe una llamada o llega tarde por los cortes de carreteras o las peleas de pandilleros en la zona.
«A menudo, estas escuelas son la línea de salvación para que los niños tengan algo más que el confinamiento», dijo Lee. «Transportarse a un lugar donde eso no es lo primero que viene a la mente cuando uno está lejos de su familia y de su hogar es un regalo».