Por Wanda Espinal
El otro día, estaba en un restaurante cenando. Mientras esperaba mi orden, escuchaba partes de una conversación entre tres chicas jovencitas que estaban en la mesa de al lado.
De una de ellas alcancé a escuchar: “Cuando yo consiga el amor de mi vida, voy a comer de todo de nuevo”. Me quedé sorprendida, y en mi interior cuestioné y critiqué aquel comentario.
Me hice muchas preguntas: ¿por qué esta niña hablaba así?, ¿por qué un hombre iba a determinar lo que comía o lo que no? Tantas interrogantes llegaron a mi mente.
Todo siguió su curso y, tristemente, al final de la cena supe que el comentario de esta joven tenía una razón más profunda: ella lidiaba con problemas de salud, teniendo que inyectarse insulina para mantenerse estable. Y es obvio que la alimentación juega un papel importantísimo en este proceso.
Después de saber este dato, me sentí muy culpable por mi crítica y pensé en las tantas veces que he juzgado o cuestionado en silencio sin saber si aquello tenía una razón de peso detrás.
Como yo, muchas personas lo hacen: se forman una idea sobre algo conociendo solo una parte de la historia, solo un lado de lo sucedido.
Dejemos de juzgar tan a la ligera, de emitir sentencias desde nuestra ignorancia parcial. Aprendamos a detenernos, a respirar y a reconocer que detrás de cada acto, de cada palabra, puede haber una batalla silenciosa que desconocemos.
La empatía no es solo desear el bien; es la disciplina de suspender el juicio para intentar comprender la historia completa. Empecemos hoy a practicarla, porque el respeto siempre empieza por la presunción de una historia que desconocemos.