En República Dominicana se vive repitiendo a coro que el país tiene una economía robusta, más grande y con mayor crecimiento que la mayoría de la región.
Pero por más que se cacaree esa narrativa, lo cierto es que cualquier observador honesto encuentra tumores fermentados que delatan terribles debilidades.
La deuda externa sobrepasa los 41,000 millones de dólares, la deuda del Banco Central es superior a un trillón de pesos y ambas siguen creciendo velozmente.
El gobierno quebró deliberadamente la agropecuaria nacional para poner los fondos del Banco Agrícola al servicio de los comerciantes importadores para comprar en el exterior gran parte de los alimentos que antes se producían en el campo dominicano.
La mayoría de la mano de obra para la construcción y lo poco que queda de la agricultura es extranjera, lo que ahora se complica por la masiva repatriación de haitianos.
El servicio de electricidad es un desastre que afecta gravemente a la industria, eleva los costos, paraliza pequeñas empresas, daña el comercio y para colmo las empresas distribuidoras (Edes) cobran altas facturaciones como si estuvieran supliendo energía de forma permanente.
Si se trata de pequeños negocios, oficinas o residencias, cuando sale la segunda factura sin pagar la primera, el servicio es cortado militarmente y de inmediato cobran sobre los 300 pesos para hacer la reconexión.
Eso no pasa con grandes y poderosas empresas que acumulan deudas millonarias y las Edes no se atreven a cortarle el servicio.
En otoño del año pasado Edeeste publicó un comunicado en la prensa dando los nombres de empresas que tenían gruesas deudas de electricidad y les daba 30 días para pagarlas.
Nadie sabe si pagaron porque Edeeste no quiso compartir información con los medios de comunicación que le preguntaron si se pusieron al día.
Según las cifras publicadas por el Banco Central recientemente, la expansión de la economía dominicana fue sorprendente y se destaca el crecimiento del turismo y los servicios financieros.
Pero resulta que los negocios turísticos están exentos de impuestos y en cambio tienen privilegios para importar bienes, mientras que los salarios que pagan son bajísimos.
Un porcentaje elevado de los préstamos de la banca privada se destina al comercio que por lo regular son bienes importados: vehículos, electrodomésticos, equipos tecnológicos, entre otros, yendo una porción muy baja a financiar la producción nacional.
42,000 cuentas abandonadas
El pasado 10 de enero el tercer banco más grande del país –y por cierto de gran solidez y confianza- publicó en el periódico Hoy 104 páginas tipo estándar informando que más de 42,000 cuentas quedaron inactivas o fueron abandonadas en el período julio-diciembre de 2024.
La publicación se hizo para cumplir con el artículo 56 de la Ley Monetaria y Financiera 183-02. Lo mismo debieron hacer los otros bancos, pero no vi la divulgación de los dos más grandes.
Repito que ese banco es sólido, tiene prácticas ajustadas a los mejores estándares y merece la confianza de sus clientes.
¿Pero qué significa que en un solo banco, que no es el más grande del sistema, sino el tercero, 42,000 cuentas personales y de empresas se queden inactivas en solo seis meses?
Obviamente que a esa gente no le ha ido bien económicamente y por eso no necesita esas cuentas para hacer operaciones de negocios.
A ese ritmo de abandono de cuentas es difícil pensar que el crecimiento económico del que se vanaglorian funcionarios y fanfarronean economistas presentados, se esté derramando en amplios sectores.
Esa realidad indica que en lugar de disminuir, la informalidad continúa en el país y la bancarización de las personas está muy lejos de avanzar al ritmo necesario.
El entusiasmo y la actitud positiva son una buena perspectiva, pero engañarse a sí mismo para aparentar lo que deseamos pero no somos, es un infantilismo.
Mientras en este país carezcamos de líderes capaces de aprovechar todos los recursos naturales de que disponemos, educar a la población, poner a todos a trabajar para producir, respetar la institucionalidad y las libertades, viviremos en la ficción que llaman economía robusta.