Quizá porque su actualizado contenido aborda con esmero y profundo calado racional el estancamiento que acusa la Organización de las Naciones Unidas de cara a los principios que la inspiraron y le dieron sentido; quizá porque ochenta años sí son algo, tanto como para que una sana multilateralidad hubiese rendido frutos que trascendieran la palabra y se convirtieran en hechos tangibles; quizá porque, con un tono elegante y manso, pero valiente, la inoperancia de aquella estructura anacrónica ha quedado evidenciada en sus falencias e insuficiencias; quizá por eso, y por mucho más, el discurso de Luis Abinader es, como él lo calificó, un clamor, pero un clamor justo y oportuno.
Pero ¿es este un clamor cualquiera? Decenas de presidentes lo han lanzado en el mismo escenario, habiendo quedado, todos, en el saco del olvido. ¿Qué diferencia aquellos clamores de éste? Sencillo. Este clamor está despojado del clásico postureo de aquellos que lo han lanzado precedentemente porque profesan un credo político de orientación socialista, y gobiernan países a los cuales les han vendido el peligro del fantasma capitalista, “enemigo de todos”, al que hay que desacreditar. Y si eso se hace en un escenario que ofrece un país considerado como el prototipo del capitalismo mundial, mucho mejor para la actuación, porque así se es considerado bravío e inquebrantable. Si no, pregúntenle a Petro.
No hay resentimiento en el discurso de nuestro presidente, por eso no se ha valido de estridencias verbales ni nada por el estilo. Quiere dejar muy claro lo que piensa de la ONU, y lo ha hecho con decencia, pero sin descuidar la valentía. No necesita poses respecto de su país, porque todos estamos convencidos de que, por ejemplo, en el caso relativo a la situación de Haití, ha hecho hasta lo imposible por provocar la suficiente solidaridad internacional para conjurarlo, habiéndole resultado infructuosos todos sus esfuerzos. De manera que, ha sido una manifestación de inteligencia y arrojo del presidente Abinader el haber intervenido en la Asamblea General de la ONU con un discurso armonioso, pero asertivo.
Formulo mis mejores votos porque se “alineen los astros” y produzcan el milagro de la transformación de la ONU, un sueño frustrado primero, cuando Woodrow Wilson impulsó la creación de un organismo semejante -la Sociedad de Naciones- en el marco de la Conferencia de Paz de París, y trunco ahora, por influjo del individualismo estatal y por la idea de los 7 y los 20 de que somos más los útiles que los “necesarios”. Ojalá y ahora se escuche “el clamor de Abinader”.