Contando estos recuerdos me parece que rezo por lo hondo que han permanecido en mi memoria; vienen de la tribuna penal, arsenal mayor, bajo secreto profesional mandatorio y vitalicio. Es decir, permanecen reservados.
Recuerdo: Era un hombre honorable del campo, quien me visitaba. Contaba la tragedia en que estaba envuelta la familia; algo que quería saber cómo se trataría en justicia; tenía interés en mi defensa. De ello hace cerca de setenta años.
Al contarme su aflicción, dijo: “Tengo nueve hijos, casi todos ejemplares, pero salió uno, ´la oveja negra´” esa que usted sabe. Es trabajador, no tengo queja, pero demasiado tormentoso con la cuestión de las faldas. Le aconsejamos siempre que se aquietara con una muchacha correcta y formara familia, como los otros hermanos. No nos oyó nunca.”
Prosiguió: “Ocurrió que sustrajo una menor y salió embarazada. El Fiscal le dijo: ´O la honras y te casas, o prepárate para la prisión.´ Lo casó y al muchacho le cogió con salir del encargo por aborto; la Vieja, que es cristiana de verdad, se opuso y decía: “quizás el niño por venir será su ángel protector.” La madre de la criatura sintiéndose apoyada, también se negó a la experiencia.”
El relato continuó: “Yo vi la reacción violenta del muchacho y lo oí decir que esa barriga no era de él. Sacaba a relucir novios que ella había tenido antes; esto, doctor, sirvió para que la vieja le recordara las advertencias que se le hicieron para que buscara una pareja confiable. La niña nació y se complicaron más las cosas, porque la abuela “se la cogió para ella”, junto a la madre así apoyada. Y mire, la muchachita salió un encanto; me conquistó como ninguno de los otros nietos.”
Así terminaba su relato: “Llegó lo peor. El muchacho se fue amargando y se volvió una fiera; yo presentí lo que podría pasar y parece que el demonio lo embrujó; Llegó borracho y mató a la madre, aunque respetó la vida de la niña. Está preso, claro está, y vengo a pedirle su ayuda y su consejo. Pero, óigame doctor, el otro lío que tengo. Mi vieja dice que únicamente ella estará al frente de su nietecita y el hijo, muy violento, la ofende diciéndole “que esa no era su hija y que lo probaría en el tribunal.” A mi mujer parece que le dio un ataque de tristeza y en la noche me dijo: “Si me la quitan y desacreditan desde niña acusando de infiel a su madre, me guindo de un lazo.” Y óigame, yo sé bien que es capaz de hacerlo. ¿Qué hago, por Dios, doctor?”
Le respondí que lo primero era entrevistarlo a él para convencerlo de que se arrepintiera de lo que dijo sobre su esposa; le apunté que no podría probar la infidelidad por su sospecha nada más, mencionando novios pasados, y, además, que la ejecución fue bestial, nueve puñaladas en este tiempo, que de seguro lo enviarán a Madre Vieja o Azua y que lo podrían desaparecer algún día y llevárselo a usted en una caja que no se puede abrir. Lloró aquel hombre de campo tan valiente, según su buena reputación.
Se produjo la entrevista en la Fortaleza Duarte entre el reo y su eventual defensor ¡y, para qué fue aquello que le propuse!. Era la cuestión de rectificar la infidelidad alegada, que no sería admitida jamás en base a la mención de novios anteriores y que, en cambio, quedaría frente a una condenación de veinte o 30 años. Y, peor aún, posible muerte en presidios peligrosísimos.
Me respondió el violento reo: “Prefiero guindarme yo, antes que devolverme de lo que dije.”
El joven abogado de entonces aprovechó la amenaza para decirle que su madre había dicho: “Si la niña se deshonra y me quitan su cuidado, me guindo en una mata de aguacate del patio.”
Extrañamente el reo se desplomó sollozando y gritó: “¿Y eso es así? No. Yo hago cualquier cosa, menos hacer matar a mi mamá.”
Por contar me quedan hoy dos cosas: La reacción del Fiscal cuando oyó al acusado rectificar de este modo: “No señor, yo estaba muy borracho y ella no me quiso complacer en lo que le propuse. No me di cuenta de lo que hice rabioso con mi puñal.”
El Fiscal, risueño, comentó señalándome: “Éste se va a dar bueno; hijo de gato caza ratón”; desde luego, sin mencionar el nombre de mi padre, tan proscripto en aquel tiempo.
Por otra parte, el sancocho en la vivienda del campo. Estaba la pareja de viejos fascinados, pese a que su hijo enfrentaría una condena larga de trabajos públicos. La niña estaba protegida de la deshonra y la vieja expresó: “Yo recé mucho para que usted lo convenciera.”
Al contar todo esto es como si rezara, y pienso ¡Cuántas personas de principios del pueblo profundo nuestro tuve oportunidad de conocer y servirles con dignidad en sus desgracias.
Esto me lleva a tomar la decisión de hacer otra parte de esta Reminiscencia, pero relativa a las cuestiones técnicas de la defensa, pues la condena fue de diez años. La rectificación del reo sirvió para variar la calificación de asesinato y la defensa fue muy intensa, esgrimiendo la turbación mental tóxica. Todo alrededor del artículo 64 del viejo Código.
Esto me permitirá comentar la versión que trae el nuevo Código y algo de Francia