En el imaginario popular, existe la creencia de que ante un riesgo inminente donde peligra su supervivencia, el avestruz, lejos de correr, huir de la situación, o enfrentarla de manera violenta, procede a enterrar su cabeza en un hoyo para no ver el riesgo; asumiendo de esa forma que no lo mirarán y pasará desapercibido.
Los ornitólogos han explicado hasta la saciedad que este comportamiento errático y antinatural es un constructo fabulado; un mito inspirado en sabrá Dios cuáles comportamientos de estas aves, pero que sirve como poderosa analogía para intentar entender (y comprender) el comportamiento asumido por el colectivo mayoritario de funcionarios del gobierno, frente al caso SENASA.
Cuando el avestruz se siente amenazado puede emprender la huida a una formidable velocidad de 70 km/h o echar la pelea a punta de letales patadas; pero, en los hechos, ante el fraude consumado en SENASA, a excepción del presidente –y dos o tres funcionarios–, la reacción colectiva de la nomenclatura perremeísta ha sido la de minimizar el hecho desde la lógica de que pronto pasará y de lo que corresponde es encajar el golpe; o, peor aún, intentar construir un relato sobre la base de la diferenciación cualitativa en cuanto al nivel de reacción de este gobierno, en comparación con los anteriores… ¡Cómo si en este momento a la gente le importara eso!
El “Efecto Avestruz” es un sesgo cognitivo que actúa como mecanismo de evitación de cualquier creencia o afirmación que contradiga el marco mental del individuo o grupo cuestionado.
Sobre esa base, más que una negación consciente de realidades evidentes, quien cae en el “Efecto Avestruz”, sistemáticamente evita ponderar los impactos o alcances de situaciones externas que contradigan sus hipótesis básicas; por lo que, al no enfrentarlas, genera de manera indirecta una situación de negación donde le es imposible reconocer una realidad –porque no la percibe como tal–, de tal suerte que reacciona de la misma manera en que siempre lo ha hecho; porque el sesgo le impide ver que esa realidad cambió, y, por ende, la manera de abordarla.
Creer que “todo esto pasará”, que “en 15 días ya esto no será tema”, es desconocer el magma emotivo que bulle debajo de cada queja, reclamo, tuit, video, reportaje o meme.
Asumir que la ciudadanía debe agradecer que los responsables hayan sido sometidos a la justicia, y que eso representa una mejora cualitativa con relación a situaciones dadas en gobiernos anteriores, es desconocer por completo la naturaleza de la rabia y la esencia de la indignación.
Incluso, celebrar la Navidad es desconocer que el caso SENASA se robó la Navidad; que toca silencio, recogimiento, repliegue, reflexión, y reconocer que la confianza ciudadana ha sido defraudada; y, sobre todo, que corresponde admitir públicamente esto, para intentar restaurarla.