La autolesión o conducta autolesiva pueden ser de dos tipos: autolesión con intención suicida y autolesión sin intención suicida. Ambas conductas constituyen trastornos reconocidos por el Manual Diagnóstico de Trastornos Mentales, conocido como DSM-5, es como la “biblia” de la clasificación de los trastornos mentales. Los criterios de este manual diagnóstico facilitan un lenguaje común entre los distintos profesionales de la salud mental.
Según la Organización Mundial de la Salud “la autolesión con intensión suicida constituye un acto con resultado letal, deliberadamente iniciado y realizado por el sujeto, sabiendo o esperando su resultado fatal, y a través del cual pretende obtener los cambios deseados”. Estos actos pueden incluir acciones tan diversas como verbalizar: “para estar así, prefiero estar muerto”, “ojalá nunca hubiese nacido”, “nadie puede ayudarme” y “es como si ya estuviese muerto”.
La autolesión sin intención suicida es un acto consciente, deliberado y repetitivo; que pretende aliviar el dolor emocional y la tensión física causados por determinadas circunstancias personales consideradas como intolerables. Aquí la atención se centra en las emociones y cómo estas son experimentadas y vividas por la persona. Quien desarrolla esta conducta no tiene la intención de acabar con su vida; es solo un recurso de manejo y regulación del dolor emocional alternativo para maniobrar las emociones que considera como inaguantables. No lo hace porque le guste sentir dolor, en muchas ocasiones, ni siquiera lo sienten.
Las formas más habituales de autolesión sin intención suicida son: cortarse, morderse, tatuarse, golpearse, quemarse, rascarse, arrancarse el pelo (tricotilomanía). Esta práctica tiene sus inicios, regularmente, en la adolescencia. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación son un potente instrumento y medio que promueve las conductas de autolesión, debido al aprendizaje sustituto, por imitación en los grupos o en las redes sociales. Esta conducta autolesiva no clínica inicia en la adolescencia y es más frecuente en mujeres que en hombres.
Las expresiones más comunes de quienes se automutilan son: “me permite sentir algo”, no merezco estar bien, así que me castigo yo”, “cortarme es mejor que las pastillas antidepresivas”, “es la única medicina para mis miedos”, “quemarme y pellizcarme es lo que me permite estudiar sin pensar mucho”.
Los factores de riesgos más comunes son: compartir con amigos que se autolesionan, el efecto copia, personalidad impulsiva, falta de regulación emocional, antecedentes familiares, violencia intradomiciliaria, psicopatologías, rupturas amorosas, depresión, defectos físicos, identidad sexual y rechazo escolar.
Actualmente se exhiben unos mitos o falsedades en relación con las conductas autolesivas, por ejemplo: “es un intento de suicidio con resultado no fatal”; “la autolesión solo se da en la adolescencia”; “los hombres no se autolesionan, solo las mujeres”; “lo hacen solo para llamar la atención”; “se autolesionan quienes tienen un trastorno”; “les gusta sentir dolor”; “puede dejar de hacerlo cuando quiera”; “no se puede hacer nada para ayudar”; “la seriedad depende de la gravedad de la herida”.
¿Qué hacer? Comprender la conducta, propiciar un diálogo abierto y directo, validar las emociones, no asustarse ni enojarse y no culpabilizar. Buscar ayuda profesional.