La región, otrora bastión de Taiwán en política exterior, se aleja de Washington y gira hacia la República Popular de China, con los países cayendo, uno a uno, como piezas de dominó.
China es la segunda potencia mundial –económica y militar– y desde inicios del siglo XXI ha lanzado una eficaz ofensiva diplomática y comercial sobre América Latina, con énfasis en Centroamérica, una región que ha mantenido en el pasado estrechos lazos con Estados Unidos, que ahora se rompen paulatinamente, mientras Beijing teje alianzas para aumentar su influencia en esta zona estratégica.
Washington y Taiwán no han podido detener el avance de China y han visto como primero Costa Rica (2017), luego Panamá (2017), El Salvador (2018), Nicaragua (2021) y finalmente Honduras (2023), abrazan la política de “una sola China”, al tiempo que se crea un foco de tensión geopolítica que, seguramente, tendrá repercusiones en el futuro.
Parece una partida de ajedrez en su fase inicial, aunque el avance de China es significativo, pues de aquel grupo de naciones que apoyaban en bloque a Taiwán únicamente quedan Guatemala y Belice, mientras que los otros países son ya objeto de acuerdos de libre comercio y reciben asistencia en tecnología, educación, desarrollo agrícola e intercambio cultural, que sirve para aumentar la influencia china en sectores académicos y medios de comunicación.
Panamá es el país que mejor aprovecha el comercio con China, pues a diferencia de los demás países, ha terminado con la dependencia del mercado estadounidense y exporta más hacia el gigante asiático que al que fuera por mucho tiempo su aliado y hasta “protector” por el Canal de Panamá que, no olvidemos, estuvo bajo control de las barras y estrellas de 1903 hasta 1979.
Ahora, Nayib Bukele (El Salvador) y Xiomara Castro (Honduras), han anunciado que enfocarán sus esfuerzos en impulsar las exportaciones hacia China, un mercado que parece no tener límites para consumir. Si logran romper la dependencia con el comercio estadounidense, Washington verá reducida su influencia en la región.
El presidente chino Xi Jinping no esconde su interés en llenar esos espacios, mientras Washington se queda únicamente con un aliado “incómodo”, como es Guatemala, con un gobierno corrupto, al que tiene que tolerar a pesar del irrespeto a los valores democráticos.
Mientras Bukele y Castro han viajado para reunirse con el líder chino, el presidente guatemalteco, Alejandro Giammattei, envía constantemente mensajes “de amistad” a la Casa Blanca y es uno de los pocos mandatarios que ha visitado Taipei en los últimos años, a manera de “guiño” para Joe Biden, quien sin embargo no gusta de su último aliado en este pulso por las dos chinas.
Taiwán desgastó su imagen política en Centroamérica cuando salieron a luz los mal recordados “chino-cheques”, que no eran más que vulgares sobornos para presidentes de, al menos, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Panamá, para mantener voz en el seno de la ONU.
Los nombres que estuvieron vinculados a este tipo de sobornos fueron los de los entonces presidentes Antonio Saca y Francisco Flores (El Salvador), Miguel Ángel Rodríguez (Costa Rica), Mireya Moscoso (Panamá) y uno de los más sonados, Alfonso Portillo (Guatemala), quien fue condenado en Estados Unidos por lavar en ese país el dinero recibido de Taiwán.
No es poca cosa la influencia de Beijing en Centroamérica. Son cinco países que se unen a varios sudamericanos y que, con el tiempo, puede trasladar su influencia, incluso a organismos regionales como la OEA, en donde cada día pierde peso y poder Estados Unidos. Ya Daniel Ortega pidió el retiro de Taiwán como observador en el SICA, dónde se verá pronto un capítulo dentro de esta partida geopolítica entre Washington y Beijing, con Centroamérica como tablero.
*(Expresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa)