En situaciones de tragedia inesperada, como la que recientemente arrebató la vida de numerosas personas, las palabras de consuelo a menudo parecen vacías. El dolor se vuelve abrumador, y la consolación no alcanza a los que pierden a sus seres queridos de manera tan abrupta. Los esfuerzos por consolar caen en un abismo de sufrimiento profundo, donde las promesas de tiempo y superación parecen lejanas e incluso irreales.
Sin embargo, cuando las palabras no pueden mitigar el sufrimiento, hay algo que permanece: la esperanza. Aunque difícil de encontrar en medio de la oscuridad, sigue siendo un refugio. En esos momentos, cuando todo parece desmoronarse, la fe nos invita a creer que no estamos solos, aunque el consuelo no llegue de inmediato. La esperanza no elimina el dolor, pero ofrece la fuerza para seguir adelante.
A medida que nos acercamos a la Pascua, el mensaje central de nuestra fe resuena con fuerza: Cristo vive. Jesús, quien fue crucificado, ha vencido la muerte y ha triunfado sobre las tinieblas. Esta verdad llena el corazón del cristiano, invitándonos a una esperanza renovada.
El ángel en el sepulcro, al decir «No teman», nos recuerda que la muerte no tiene la última palabra. La muerte de Cristo en la cruz no es el fin de la historia, sino el inicio de una nueva vida, una vida renovada en nosotros a través de su resurrección.
La Pascua nos invita a renovar nuestra fe y confianza en que, aunque el sufrimiento sea real, Cristo ha vencido. En Él, encontramos la luz para superar la oscuridad.