En ausencia de alcantarillas, asfaltar supone también aumentar la velocidad de flujo de las escorrentías superficiales, disminuir la capacidad de infiltración, e incrementar el riesgo de inundaciones.
Si a esa condición estructural del Gran Santo Domingo (GSD) y el Distrito Nacional, agregamos la ausencia de un sistema de drenaje pluvial y sanitario; pocas áreas verdes que aumenten la capacidad de infiltración; la “cultura” ciudadana (¿?) de tirar basura en las calles –¡sobre todo cuando llueve!–; la inmensa red de imbornales, cuyo mantenimiento desborda las capacidades presupuestarias municipales… la receta para las inundaciones urbanas está servida.
De ahí que sean recurrentes las imágenes de calles y avenidas que, más que vías, parecen ríos; casas anegadas; carros inundados; gente nadando o divirtiéndose en las vías, como queriendo ganarle a la adversidad con algo de alegría temeraria. La indolencia de un Estado que permitió por décadas (y permite) que en cualquier lugar se establecieran barrios o urbanizaciones –sin ordenamiento o estudios hidrológicos–, hoy cobra su tributo de dolor, sufrimiento, daños materiales y humanos.
Ya sea por el dramatismo e impacto noticioso que provocan las imágenes y videos de las calles inundadas, asumimos –inconscientemente– la idea de que el principal daño que puede generar una tormenta, es a nivel de nuestro propio entorno.
Los grandes barrios periféricos, construidos a orillas de ríos o en torno a los cientos de cañadas que componen la cuenca hídrica del GSD, constituyen el hábitat de cientos de miles de familias dominicanas. Más del 80% del impacto que ocasionan las lluvias torrenciales se sienten en esas zonas que se inundan, donde, más que calles hay callejones, donde no existe otro drenaje que no sean las cañadas.
Así las cosas, tan importante como la impostergable realización de los macrosistemas de drenajes en el GSD, lo es el saneamiento de sus cañadas. El gobierno, a través de la Corporación de Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), se ha embarcado en un ambicioso programa de intervención y saneamiento de estas.
De los 105 kilómetros de cañadas diagnosticados como meta por su director –Fellito Suberví–, a la fecha, se han completado 17 km (22 cañadas), impactando directamente en la mejora de la calidad de vida de 461,500 personas. 28.5 km están siendo intervenidos (23 cañadas), impactando en 878,000 personas –con una inversión de RD11,097,543 millones–, beneficiando al 10.5% de la población nacional (1,139,550 dominicanos).
Esta inversión es la que explica que, pese a los graves daños e inundaciones a nivel urbano, las fatalidades hayan disminuido significativamente. Los hechos permiten afirmar que la decisión del presidente Abinader, de invertir en el saneamiento de las cañadas del GSD, no sólo contribuye a dignificar la vida de cientos de miles, sino que constituye una respuesta eficaz para disminuir los efectos catastróficos de las tormentas. Sin duda, continuar invirtiendo en esa dirección, es una decisión correcta.