En una corta definición, las enfermedades autoinmunes ocurren cuando el sistema inmunitario ataca las células y tejidos sanos, por error. ¡Y qué error ha cometido el lupus en caer en el organismo de Rosanna Tremols! Esta afección, de seguro nunca “se imaginó” que esta mujer y madre admirable le resultaría un “hueso duro de roer”.
Desde pequeña, la protagonista de hoy ha luchado contra esta condición y, por si fuera poco, con el padecimiento de la anemia falciforme (falcemia). Siempre ha estado consciente de la vulnerabilidad de su salud. No le “para” a eso. No se descuida, pero no deja que el lupus se interponga en sus ganas de superarse y continuar siendo un verdadero ejemplo para sus hijos y toda su familia.
Chana, como la conocen sus cercanos, no es sólo una mujer que despierta la admiración de muchos, la madre que cualquier hijo quisiera tener, o la esposa que un buen hombre se merece. Es también la hija, la hermana, la tía, la cuñada, la amiga…, con la que todos pueden contar.
“A veces, ni yo misma sé cómo puedo hacer tantas cosas a la vez, a pesar de que hay momentos en los que no puedo ni conmigo misma”. Esta frase la repite entre risas porque es como el “moriviví”.
No deja de admitir que hay noches de desvelo porque si no es un dolor en el dedo meñique, por decir algo simple, pero real, es que no puede ni moverse de los espasmos que le provoca su condición de salud. “Eso sí, al día siguiente, me paro como si nada”.
Hace mil cosas en la cocina antes de irse a su primer trabajo en la mañana. Llega al mediodía a comer o, en su defecto, a preparar algo para sus hijos, esposo y otras personas de las tantas que ella convida a comer en su casa. Se va a su otra jornada laboral, donde al igual que en la de la mañana, trabaja con adultos mayores. Sale y, si no le toca seguir la ruta con otra paciente a domicilio, llega de nuevo a su hogar a preparar la cena, y a realizar tareas para sus estudios, y su labor.

Es una especie de ‘Bugs Bunny’. Ella se picha, batea, coge el ‘out’, o corre y llega a posición anotadora. Quienes la conocen, no dejan de admirar la resiliencia de esta guerrera que no se detiene ante los embates que causa una enfermedad autoinmune.
La superación ha sido su “bastón”
A Chana siempre le ha gustado estudiar, aprender, trabajar y ser independiente económicamente. Cuando le tocó el turno de salir de su natal Guayubín, llegó a la capital con una maleta de sueños bien preparada. Encontró apoyo en su familia materna, residente en Santo Domingo.
Enfocada siempre en superarse y en no dejar que su enfermedad sea una condena de muerte, la protagonista de hoy, no se detuvo. Vio que las posibilidades de su progreso tendrían más cabida en Santiago, y allá fue a parar.

Pasó las mil y una trabajando y estudiando a la vez. No tenía a su familia de sangre cerca, pero quienes la rodeaban se convirtieron en sus verdaderos protectores. Se le da muy fácil hacer amigos y adueñarse de los corazones más duros. La quiere el niño, el adolescente rebelde, el joven, el adulto, el anciano… Ella sabe que Dios es perfecto. Le regaló un carisma que la ha ayudado a ir por la vida siendo querida y admirada.
Casarse y convertirse en madre antes de terminar la carrera, la hicieron abandonar, aunque momentáneamente, su sueño de hacerse de una carrera. Eso sí, desde que encontró la brecha, ya con sus hijos grandes y con su eterna enfermedad haciendo estragos, se inscribió en la universidad a estudiar Psicología.

Logró ponerse su toga y su birrete. No se detuvo. Continuó haciendo cuántos cursos llegaran a ella. Fue por más. Ahora acaba de graduarse de su anhelada maestría, y de consagrarse con una guerra “inmune” a los obstáculos.
Los dos hijos de Rosanna nacieron de menos de dos libras
Saber que, pese a su condición de salud, el Señor le regaló la bendición de ser madre, es algo que Rosanna Tremols (Chana), agradecerá para toda la vida. Eso sí, no ha sido fácil lograr llevar a sus dos hijos, Manuel Andrés y Miguel Ángel al tamaño “gigante” que hoy tienen. Ambos nacieron con un peso que no superaba las dos libras. Los dos embarazos de la dueña de este relato no llegaron ni a siete meses.
Pero ella no se ha detenido a lamentarse y preguntarse: ¿Pero por qué he tenido que pagar un precio tan alto para poder experimentar la belleza de concebir? Cuando dio a luz a su primogénito, por cesárea, tuvo que dejarlo en la clínica para que los médicos, después de Dios, se encargaran de mantener con vida a quien ya ocupaba el centro de su existencia.
Rosanna no pensaba en que tenía buena o mala salud. En sus desvelos, sólo oraba para que cuando llegara en la mañana siguiente a amamantar y ver a su hijo, encontrarlo con vida. “Fueron días, semanas y mucho tiempo de incertidumbre, pero el Señor siempre ha estado conmigo”. Los segundos, los minutos, las horas y los días contaban para ella y su amado esposo, Manuel.
El tiempo avivaba su esperanza de que, pese a las cirugías que necesitaba el niño, los gastos en los que incurrían y los sacrificios que debían hacer, había una promesa divina de que todo estaría bien.
Valió la pena aguantar el dolor de una cesárea y echar a un lado una enfermedad autoinmune que hacía que todo fuera más difícil para Rosanna en su rol de madre. Pero una vez más, con el apoyo de su compañero de vida, vio respondidas sus oraciones.
¡Y vaya respuesta! Manuel Andrés mide algo más de seis pies. Tuvo un desarrollo sano. Claro, gracias a la entrega y búsqueda de ayuda profesional que amerita un niño que, al nacer, cabía en la mano de su papá. Hoy, el primogénito reside y se abre paso en Estados Unidos.
De nuevo a la carga
Sin premeditarlo, Rosanna vuelve a quedar embarazada. Ya para entonces, vivían en la capital. Meses de chequeos y de seguimiento constante era lo que tocaba. Aun así, no pudo llegar a los siete meses de gestación. Se repetía la historia. Miguel Ángel imitó a su hermano: quiso venir antes de tiempo a conocer este mundo. Esta madre tenía la experiencia de qué hacer para cuidar a un bebé en “miniatura”, pero no las fuerzas físicas para volver a la carga. Claro, sabía que necesitaba sacarlas desde sus entrañas. Así lo hizo.
El tiempo se congraciaba con el amor más puro que existe: el maternal, no sólo para regalarle a la protagonista de esta historia la dicha de disfrutar de una hermosa infancia, adolescencia y ahora adultez de sus amados hijos, sino que le han permitido hacer realidad sus sueños de ser su ejemplo y gozar de la admiración de su esposo y su familia.
Como hija, no es incomparable. “Cuando me dicen que a mi mamá le duele un dedo, ya quiero dejar todo e irme para Guayubín”. Todos los que están a su alrededor dan testimonio de ello. No importa la hora y ni los dolores que el lupus esté causando en ella, como se dice en buen dominicano: “coge la decolgá”.
Ha sabido guardar sus propios quebrantos para atender los de su madre, los de sus hermanos, su esposo, y o cualquier otra persona que la necesite. Por ello es que, de seguro, cada vez que se agrava su salud y debe ser internada, el Señor la premia con una oportunidad de vida más fortalecida. Él sabe que guerreras como ellas sirven de ejemplo de superación para quienes se afligen hasta con una picada de mosquito.