La Ilustración “dominicana”
La historia de la filosofía moderna, una disciplina filosófica de academia, ayuda a una comprensión de la temporalidad dominada por las ideas de época que se hicieron con el dominio de la mentalidad que orienta las decisiones del mundo.
La Ilustración, como movimiento ecléctico y de precisión quirúrgica, irrumpió en la modernidad marcando decididamente el curso que tomaría en lo adelante la concepción política del estado moderno, desde sus teóricos más notables, Locke, Maquiavelo y Hobbes, hasta a los insignes y preclaros franceses, Rousseau, Voltaire y Montesquieu, cuya filosofía será clave para la formulación de la república como institución del Estado y como modelo de gobierno.
Ese espíritu ilustrado, sobre todo marcadamente francés, y su hazaña la république, fueron el núcleo epistemológico que dio aquiescencia a la refundación de los Estados de Europa y una bujía inspiradora para el proceso de emancipación de las colonias europeas de América Latina y el Caribe, cuya chispa inicial fue la independencia de Haití.
Las actuaciones del patricio Juan Pablo Duarte perfectamente se pueden inscribir en todo este movimiento latinoamericano, que pronto encandiló a la filosofía francesa como un proyecto liberador con la consigna de rechazar la barbarie y conquistar y abrazar la nueva civilización con bouqué francés.
Con ello se asumía en el proyecto republicano una agenda marcadamente liberal e iconoclasta, que no solo consistía en autonomía política, sino también en la reivindicación de un nuevo estatuto del hombre, entendido desde su racionalidad y libertad, como actor relevante en la esfera pública en su condición de ciudadano. Es muy diciente la expresión remarcada por el dilecto profesor Andrés L. Mateo al presentar resumidamente el ideario duartiano como proyecto de liberación nacional, una clave interesante para leer también la visión dominicana y política del profesor Juan Bosch.
Positivismo dominicano, de las ideas a los hechos
Con Duarte gravitando en las nomenclaturas del nuevo Estado nación, no se daba sino un proceso dialéctico en el que el sustrato de la escolástica colonial seguía siendo su némesis ideológica, sobre todo a juzgar por la gran incidencia de los remanentes hispánicos del Siglo de Oro, el mundo de las letras y las tablas en su apogeo, mas no así las preocupaciones científicas ni el conocimiento de lo cierto y seguro inaugurado por la nueva filosofía moderna.
Hostos emerge como la gran figura de talante intelectual que dará al ideario duartiano una condensación clave del proyecto nacional como un itinerario de liberación, haciendo de las ideas ilustradas del patricio Juan Pablo Duarte una concreción científica y moral que se sobrepusiera al proyecto educativo de corte escolástico. Por eso, la obra de Hostos es, en buena medida, una recuperación en el tiempo de las grandes intuiciones republicanas y sus alcances de formación patriótica en torno a los valores y, sobre todo, a su representación simbólica, dándose lo que llama una transposición gradual de la matriz conceptual desde la cual se entendía la naciente conciencia nacional dominicana, el trastoque entre religión y vida civil, Iglesia y Estado.
La nueva escuela para una nueva sociedad
El positivismo alcanza a cristalizar en Santo Domingo el nuevo espíritu republicano de inspiración francesa. Los ilustrados dominicanos rabiosamente desmembrados de sus preocupaciones estéticas y literarias, se adentran en el clímax de un severo designio venido del oráculo de la Ilustración. Se habían de edificar nuevos templos, que no eran sino las escuelas, en cuyo trono habría de reinar la “diosa” razón.
Así, la escuela no fue más que una consecuencia práctica de las dinámicas dialécticas de su momento y el impulso decisivo del Maestro de América fue la clave para hacer aparecer una especie de alternativa a la cosmovisión eclesial y escolástica que aún descollaba en la nación.
La escuela fue la gran apuesta liberal
La escuela se consagró pronto como la otra gran institución de vinculaciones sociales y políticas. Fue la excusa para pensar una sociedad más abierta, plural y en sintonía con las inquietudes filosóficas de entonces, sin que ello supusiera nunca una superposición del papel de la Iglesia, como a veces erróneamente se sugiere, aunque a regañadientes se reconoce una convergencia pragmática entre la Iglesia y la nueva escuela de corte positivista.
De Juan Pablo Duarte a Eugenio María de Hostos, el proyecto republicano consigue hacer en suelo dominicano una catarsis de la intelectualidad dominicana y sus vinculaciones románticas y escolásticas.
Al hacer de la Ilustración una consecuencia práctica desde la nueva instauración gnoseológica de lo verdadero, está en el terreno de lo que puede ser demostrado, sometiendo todo a priori o creencia al estatuto de la nueva ciencia de corte positivista, de la que la educación de Hostos se desprende y en la que se inspira.
El autor es obispo de la Diócesis Nuestra Señora de La Altagracia