El Jardín Botánico Nacional Dr. Rafael María Moscoso no es simplemente un parque ni un espacio verde dentro de la ciudad.
Es, ante todo, una expresión viva de lo que fue nuestro país y de lo que aún puede llegar a ser. Su creación en 1976, impulsada por el presidente Joaquín Balaguer, forma parte de un legado de obras concebidas no solo para resolver problemas inmediatos, sino para garantizar que las futuras generaciones convivan con la belleza, el conocimiento y la naturaleza en armonía.
En días recientes, la preocupación por una posible intervención al Jardín Botánico para ampliar la avenida República de Colombia encendió las alarmas. La posibilidad —aunque oficialmente descartada— de recortar “unos metros” de esta reserva natural generó una reacción ciudadana firme y argumentada, profundamente conectada con el sentido de pertenencia hacia este patrimonio. La buena noticia es que el gobierno ha respondido.
El presidente Luis Abinader aseguró en conferencia de prensa que “el Jardín Botánico no será tocado”, y el ministro de Obras Públicas, Eduardo Estrella, ratificó esta posición. Esta respuesta es un paso positivo y, a la vez, una lección que merece reflexión: esta crisis comunicacional no debió escalar hasta este punto.
La falta de claridad y la débil estrategia de información oficial en torno a un tema tan sensible generaron confusión, alarma y una pérdida momentánea de confianza en las instituciones. Cuando lo que está en juego es el medio ambiente, la ciudadanía merece información precisa, oportuna y proactiva. Pero si algo quedó claro en este proceso, es que levantar la voz funciona. Es saludable, incluso vital, que la ciudadanía defienda lo que considera suyo: sus derechos, sus espacios, su memoria.
La presión social, el activismo, los comunicados, los editoriales y los pronunciamientos públicos son parte esencial de una democracia viva. Nada de eso debe ser visto como una molestia, sino como un acto de responsabilidad. También es momento de reiterar un llamado respetuoso pero firme a los actores del gobierno que se inspiran en el pensamiento y el legado del doctor Joaquín Balaguer.
Les corresponde ser garantes de su coherencia. No pueden permitir, ni siquiera por omisión, que una de las obras más nobles de su visión ambientalista sea puesta en duda o expuesta a interpretaciones ambiguas. Si algo defendía Balaguer con pasión era el valor del entorno natural como parte del alma nacional.
Hoy, más que nunca, debemos cuidar ese legado. Porque el Jardín Botánico no es negociable: es una escuela al aire libre, un refugio para la biodiversidad, un pulmón urbano y un símbolo de lo que podemos lograr cuando pensamos en grande y con visión de futuro. Ni un metro menos, ni una explicación tardía nunca más.
La defensa del patrimonio natural debe ser clara, firme y constante; la confianza en las instituciones, cultivada como el más valioso de los jardines.