La que se inicia hoy, debe ser la feria del libro y las buenas palabras. Lo necesitamos. Nunca antes como ahora la vulgaridad -como la ignorancia- habían sido tan dominantes, celebradas, admiradas por cultos e incultos, por célibes y promiscuos, ateos y budistas, y los ratings de audiencias en radio, podcast, canales, redes y plataformas digitales no me dejan mentir.
Tal que, el actual ministro de la cosa, Roberto Ángel Salcedo, puso el dedo en la llaga, o más bien la palabra en el drama nacional. Oiga, Ud., que las palabras importan. Ellas construyen, destruyen, modelan, alientan, definen. Solo parcialmente tuvo razón el sabio griego de Arquímedes cuando afirmó: “Dadme una palanca y moveré al mundo”, y es que, antes que la palanca estuvo la palabra, la bendita palabra que don Juan 1-1 advierte en la Biblia: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios y la Palabra era Dios. Por ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella”.
Nadie lo pone en duda. Primero fue el verbo, porque primero fue el amor, amor, y si alguien lo duda, queda aquí la advertencia de Milán Kundera: “Las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora”, que fue justo lo que ocurrió entre Mario, “El Cartero de Neruda”, (novela de Skármeta), y su adorada Beatriz cuando, citando los versos del poeta, el joven logró inscribir sus metáforas en la memoria erótica de Beatriz, ¡ay! Entonces, todo lo demás fue manantial y diluvio, y siempre, siempre frente al mar, cómo olvidarlo.
Poco hay que añadir sobre el valor e impacto de las palabras, que la ciencia, el amor o la política no hayan demostrado ya. El desafío del ministerio de Cultura es inmenso porque no sólo a él le pertenece. No se combate la maledicencia ni la ignorancia por decreto.
Hay una voluntad, una responsabilidad que trasciende al Estado y tiene que ver con cada ciudadano, padre, hijo, con cada familia. Al fin, de poco sirven las buenas intenciones, ni servirán las buenas palabras, si ellas no llegan acompañadas de buenas acciones. Por eso, es necesario que exista la decisión personal, familiar y de Estado de pasar, como en la canción del Sabina, “de las palabra a los hechos”. Bienvenida sea esta Feria del libro y las buenas palabras.