El análisis crítico publicado en este medio el pasado 11 de agosto, bajo el título «Nuevo líder del CPT afronta peligro de rebelión en Haití», ha pasado de ser una advertencia a un vaticinio escalofriante.
En este, el peligro de colapso y guerra civil que se extraía de la realidad haitiana acaba de ser formalmente confirmado por la propia cúpula de poder del país ante la comunidad internacional.

Apenas 45 días después de haber alertado sobre los «escollos fundamentales» que comprometían la misión del Consejo Presidencial de Transición (CPT), su presidente rotativo, Laurent Saint-Cyr, se presentó el pasado jueves 25 de septiembre ante la Asamblea General de la ONU para declarar que Haití es, oficialmente, «un país en guerra», un «Guernica contemporáneo».
Para poner en contexto, Saint-Cyr aludió al bombardeo de Guernica de 1937, una de las tragedias más brutales de la Guerra Civil Española, donde la aviación nazi y fascista destruyó la ciudad vasca.
Al trazar este paralelo, el líder del CPT equiparó la devastación actual causada por las bandas en Haití con un conflicto armado total y una catástrofe humanitaria.
Con esta dramática y cruda declaración, la máxima autoridad de Haití ha borrado de un plumazo la tenue esperanza de una transición ordenada el 7 de febrero de 2026 mediante elecciones presidenciales que, según el calendario previsto, deberían tener lugar el próximo 15 de noviembre.
Atrapado en el dilema: Elecciones o muerte
La intervención del presidente del CPT en la ONU pinta un panorama de crisis profunda que desafía la base misma de cualquier proceso electoral y una transición pacífica.
Los hechos presentados por Saint-Cyr demuestran, de manera irrefutable, que la meta electoral para este año es descartable.
El CPT fue creado con una meta específica y vital: «crear las condiciones de seguridad y estabilidad» necesarias para celebrar elecciones libres y devolver a Haití al orden constitucional.
En nuestro análisis de agosto, se advirtió que esta misión enfrentaba dos enemigos: la sombra de la corrupción sobre sus líderes y la «declaración de guerra» de las bandas, encabezadas por figuras como Jimmy Chérizier, alias «Barbecue».
La principal conclusión de aquel enfoque era lapidaria: el fracaso en neutralizar el poder de las bandas significaría que la vía política es un proyecto indefendible.
La cruda realidad que Saint-Cyr describió en Nueva York es la prueba definitiva de que el poder de las bandas se ha impuesto por completo.
El descarte de la vía electoral
La declaración de Saint-Cyr de que su país está «en guerra» valida plenamente la tesis de que el poder criminal se ha consolidado como un poder paralelo que disputa el control total del territorio, llevando a Haití al borde de una guerra civil.
Inviabilidad logística y humanitaria
Los datos oficiales presentados por el CPT son catastróficos: más de un millón de personas en «exilio interno», barrios enteros desaparecidos y hospitales cerrados.
Esta realidad confirma que la base logística y humanitaria para organizar una votación justa y segura ha sido pulverizada.
Las elecciones son inviales cuando el gobierno no tiene el poder de movilizar a una población aterrorizada y desplazada en casi la totalidad del territorio.
Se agota el tiempo para la paz
El enfoque periodístico del 11 de agosto estableció que «el tiempo es el enemigo» para equipar y entrenar a las fuerzas de seguridad.
La autoridad haitiana lo corroboró al revelar que la Misión Multinacional de Seguridad (MMAS) está mal equipada, insuficientemente financiada y opera con apenas una fracción de la fuerza necesaria.
La única solución que ve el CPT es una escalada militar de emergencia con más de 5,500 efectivos, pero este nivel de despliegue y pacificación es inalcanzable en el plazo restante para las elecciones de noviembre (solo 48 días a partir de este lunes, 29 de septiembre) y una transición de poder el 7 de febrero de 2026.
De las urnas al rescate militar
La crisis ha mutado de una inestabilidad crónica a un conflicto armado abierto que el CPT no puede ganar solo. Hoy, la carrera no es por una fecha electoral, sino por la supervivencia de Haití.
El llamado desesperado a que la comunidad internacional muestre la «misma determinación que en la lucha contra el terrorismo» es la prueba de que la prioridad absoluta ha pasado de la gestión política y electoral a la pacificación y la estabilización militar.
Si la asistencia internacional no logra revertir drásticamente la situación y expulsar a las redes criminales que buscan «dominar las economías» de la región, el fracaso del CPT es inevitable.
Haití corre el riesgo real de dejar de ser un Estado funcional, creando un «agujero negro de inseguridad regional» en las puertas de América.
El sueño de una transición pacífica y democrática el 7 de febrero de 2026 se ha revelado como una peligrosa ilusión.
La celebración de elecciones bajo estas condiciones de guerra abierta sería una farsa peligrosa y, por lo tanto, una opción no viable para una transición ordenada en Haití.
Esta conclusión ya no se basa en una opinión periodística, sino en la evidencia dura y dramática proporcionada por las propias autoridades haitianas.
De nuevo, esperemos por la fecha. Ya falta poco.