Dentro de cada dominicano –en algunos a flor de piel, en otros, muy en lo profundo– duerme un trujillito. Un dios al cual rezar para imponer el orden, sin importar que el propio invocante sea parte del desorden.
República Dominicana sufre de disonancia cognitiva. Nos vemos de una forma, pero nos percibimos de otra. Cincuenta años creciendo; estabilidad económica, social y política; inversión extranjera, turismo, remesas, exportaciones, crecen; pero, educación, salud y seguridad están por el suelo; y eso es un cañón en la nuca del establishment político, aunque lo ignoren.
De todo, lo más preocupante es la percepción generalizada de caos; la repetición del mismo mantra –“Esto se jodió”– que lentamente mina la esperanza; que convierte en lógica la idea de emigrar; de “soltar todo y largarse”.
El homo dominicanensis es como un muchacho malcriado pequeño. Quiere hacer lo que quiera, no admite orden ni reglas, pero también se resiente en contra de las autoridades que rehúyen a su papel de autoridad. Los seres humanos necesitan orden y estructura. Lo del “cómo” siempre será discutible, pero, a nivel subconsciente, repelen a los “chivos sin ley”, de ahí que, frente al caos, la “mano dura” adquiere categoría homoerótica.
Apelar a un Trujillo es la necesidad sublimada de invocar al orden… al precio que sea; porque, al parecer, el dominicano sólo puede caminar delante de un fuete o detrás de un peso.
Es en esa lógica que hay que entender la fascinación que pudiera despertar el discurso nacionalista, más si viene en camisas negras. Que vamos, que esa receta funcionó en muchos sitios, aunque su versión dominicanizada y postmoderna no pueda asumir la disciplina y el orden como categorías elementales.
Pero no vale la pena señalar que la Orden no llevó más convocados que custodios, o que el derecho a marchar y protestar que la constitución garantiza fue desvirtuado por unos pocos. No. Lo importante es no perderse en los detalles, porque la convocatoria se hizo en buena ley, y subestimar al nacionalismo es subestimar el poder de los instintos humanos más básicos.
El discurso nacionalista está ahí, como también están los cientos de miles de nacionales haitianos que, de manera ilegal, han invadido y ocupado nuestro territorio ante la indiferencia de las autoridades, y la complicidad política, empresarial y militar que de ella se beneficia.
Friusa’s hay muchos y más marchas vendrán. Los tiburones probaron sangre y comprobaron la debilidad de la presa, pero el problema de fondo es que sobre ese discurso se monte el discurso antisistema que muchos andan buscando. El gobierno ni entiende ni acepta que las premisas en juego son mayores. Si la Orden actuó en “orden”, entonces, ¿qué espera el gobierno para investigar, someter y condenar a quienes provocaron consciente y premeditadamente el desorden? ¡Situación que incluso fue denunciada por los propios organizadores!
¿Qué más necesita el gobierno para actuar contra quiénes quieren atentar, no contra el gobierno, sino contra todo el sistema de partidos?,¿otra marcha?, ¿o acaso un muerto?