Dajabón,
Hablar de aborto no es sencillo. Es un tema que atraviesa el cuerpo, la conciencia, la moral, la ley y la fe. Es también una conversación que se cuela en cada rincón de la sociedad, desde el consultorio médico hasta el púlpito, desde las casas humildes hasta los grandes tribunales. Como mujer, como estudiante de periodismo y como ciudadana, me he permitido escuchar, pensar y sentir desde todos los ángulos posibles. Y este artículo busca reflejar eso: no una verdad única, sino un mosaico de verdades humanas.
La defensa por la vida desde la concepción
Una parte de mí cree firmemente que la vida inicia desde el momento en que hay latido, en que hay esperanza biológica de existencia. En ese sentido, el aborto se percibe como una interrupción irreversible de un proceso vital. Quienes defienden esta postura lo hacen desde la convicción de que el derecho a vivir es el primero de todos, y que ni el dolor, ni el miedo, ni siquiera la violencia deben justificar el fin de una vida que apenas empieza.
Para algunos, legalizar el aborto es abrir una puerta a una sociedad donde la vida se relativiza, y donde los más indefensos, los no nacidos, quedan sin voz ni voto. “¿Y si ese niño no deseado era un futuro médico, un maestro, un hijo lleno de amor?”, me he preguntado. La defensa de la vida es una causa que conmueve y merece respeto.
El derecho a decidir y la autonomía sobre el cuerpo
Pero también hay otra parte de mí que grita: ¿Y la mujer? ¿Y su cuerpo, su historia, sus circunstancias? Una mujer que queda embarazada producto de una violación, o una niña abusada, ¿tiene que cargar con una maternidad no elegida? ¿Debe el Estado o la religión obligarla a ser madre?
El derecho a decidir no es una invitación al aborto como método anticonceptivo, sino una forma de reconocer que la vida y la salud mental, emocional y física de la mujer también importan. La autonomía es un valor central en las sociedades modernas, y limitar el derecho a decidir sobre el cuerpo propio es, para muchas, un retroceso histórico.
La dimensión legal y social del aborto
Legalizar el aborto no significa promoverlo. Significa, en muchos casos, salvar vidas. Porque lo cierto es que el aborto existe, legal o no. Y cuando no es legal, ocurre en la sombra, en condiciones inhumanas, donde mueren mujeres pobres, jóvenes, abandonadas por el sistema.
Países que han legalizado el aborto han reducido su tasa, no la han incrementado. ¿Por qué? Porque la legalización trae consigo educación sexual, acceso a planificación, apoyo psicológico y acompañamiento. El aborto legal, seguro y gratuito es también una forma de justicia social.
La perspectiva espiritual y religiosa
No puedo ignorar mi lado espiritual. Para muchos de nosotros, Dios es quien da y quita la vida. El aborto puede sentirse como una traición a ese diseño sagrado. Las iglesias tienen el deber de cuidar y formar, y muchas veces han brindado refugio a mujeres en crisis. Pero también deben abrirse al diálogo compasivo, no punitivo.
La fe no debe ser un látigo que juzga, sino un abrazo que acompaña. La espiritualidad, bien entendida, puede convivir con la compasión, y la compasión con la ley.
¿Entonces, ¿qué pienso?
Pienso muchas cosas. Y quizá esa sea la respuesta más honesta. Que este no es un tema de blanco y negro, sino de grises. Que no se trata de estar “a favor” o “en contra”, sino de comprender todas las realidades.
Pienso que hay que escuchar más y condenar menos. Que debemos construir un mundo donde haya menos embarazos no deseados, más educación sexual, más apoyo a la maternidad, pero también más libertad de conciencia.
El aborto no es un tema cómodo, pero es un tema urgente. Y el silencio nunca ha sido la solución.
Por: Yameirys Acevedo.