Hoy, al cumplir 529 años de su fundación, Santo Domingo de Guzmán es una especie de cadáver urbano.
Y nos duele decirlo así, tan francamente, con esta metáfora.
Atrapada en una telaraña de precariedades, la ciudad exhibe su rostro más cruel: el de un hábitat caótico, estridente y arrabalizado.
Las torres de cristal que fingen modernidad son solo el decorado de un drama colectivo donde la insalubridad, el hacinamiento y el ruido asfixian a sus habitantes.
Desde su traslado a la margen occidental del Ozama por Nicolás de Ovando (1502), nunca enfrentó desafíos tan brutales como ahora.
Muchas de sus calles están convertidas en cementerios de chatarra y montañas de basura.
La congestión vehicular que demora 3 horas diarias del ciudadano promedio para trasladarse de su hogar al trabajo, es uno de sus reflejos.
Los tres ríos que la bordean están contaminados por pozos sépticos ilegales, mientras el 40% del agua potable se pierde en tuberías rotas.
Ya en 2018, LISTÍN DIARIO diagnosticó el cáncer urbano en 17 reportajes proféticos que advertían el colapso de los servicios públicos.
En ese diagnóstico sobresalía la realidad de que las normas de construcción son ignoradas mientras invasores de terrenos forman barrios sin agua ni luz.
Esta podredumbre urbana incuba tragedias, como el estrés crónico, enfermedades respiratorias y brotes de dengue como rutina.
En un contexto como este, la criminalidad florece y mata de inseguridad el espacio público, ya que no hay plazas seguras , ni sombra para el anciano, ni juegos para el niño.
Lo más indignante no es el caos, sino la orfandad institucional que se manifiesta en alcaldías y ministerios que no cumplen eficazmente sus obligaciones de hacer valer las regulaciones urbanas.
Al soplar hoy sus 529 velas, su cumpleaños es más bien un réquiem por la ciudad que pudo ser y no fue.
Y solo cabria preguntar: ¿Quién devolverá el alma a la Primada de América?