Vivimos en una sociedad marcada por el tener, el placer y el poder; donde la vida interior ha perdido valor. En su lugar imperan el ruido, la prisa y la distracción. Este estilo de vida afecta no solo al individuo, sino también a nuestras familias, comunidades y relaciones. La superficialidad y el desarraigo espiritual han debilitado el corazón de nuestra cultura. En este contexto, la Fiesta de la Transfiguración del Señor Jesús se presenta como una luz que nos invita a detenernos, mirar hacia lo alto y, sobre todo, escuchar a Jesús.
Desde los primeros siglos, esta escena evangélica ha fascinado a los creyentes. Sin embargo, hoy, en medio del racionalismo moderno, el relato puede parecer lejano o difícil de entender porque utiliza imágenes propias de una teofanía, es decir, una manifestación de Dios. El evangelista Lucas, con gran sensibilidad pastoral, ofrece detalles que nos permiten descubrir la profundidad de esta experiencia. Jesús no sube al monte para mostrar un milagro, sino para orar. Y es mientras ora que su rostro cambia. Es la oración, no el espectáculo, la que transforma.
San Agustín lo expresó bellamente: “El rostro de Cristo resplandecía como el sol para significar que Él es la luz que ilumina a todo hombre.” Esta luz, que brota del encuentro con el Padre, revela a los discípulos la verdadera identidad de Jesús. Pero ellos no comprenden. Están adormecidos, como también nosotros solemos estar ante lo esencial. Pedro, embelesado por la experiencia, quiere detener el tiempo. Pero no se trata de instalarse en la emoción, sino de escuchar.
El momento culmina con la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle.” Este mandato sigue siendo hoy un llamado fundamental para todos: creyentes, pastores, familias, educadores, jóvenes. En tiempos de ruido mediático, discursos polarizados y pérdida del sentido común, escuchar a Jesús es un acto de resistencia espiritual y de reconstrucción humana.
En el ámbito familiar, esta escucha puede renovar los vínculos, sanar heridas y devolver sentido al diálogo. En lo pastoral, escuchar a Jesús implica centrar la misión en su Palabra viva, más allá de estructuras o rutinas. En lo social, es dejar que el Evangelio cuestione nuestras prioridades, prácticas y relaciones, volviendo a poner a la persona en el centro.
Pero esta escucha no se logra sin silencio, sin interioridad, sin oración. No basta con oír sermones o repetir fórmulas. Es necesario dejar que la Palabra de Jesús descienda desde la cabeza al corazón y transforme la vida. Entonces, como los discípulos en el Tabor, también nosotros vislumbraremos momentos de luz que nos sostendrán en medio de nuestras oscuridades.
La Transfiguración no fue solo un hecho pasado, sino una clave de lectura del presente. Jesús nos sigue hablando; pero solo el que escucha en profundidad puede reconocer su voz. Por eso, escuchar a Jesús, es hoy más urgente que nunca; si queremos transfigurarnos con Él y construir un mundo más humano, fraterno y luminoso.