Para quienes llevan cálculos: a Luis Abinader le quedan tres años, seis meses y quince días de gobierno. En política, eso es mucho tiempo.
Parece que la España Boba vivida desde el fracaso de la reforma fiscal; que paralizó el gobierno y generó un estrés postraumático en toda la administración pública, que no supo cómo reaccionar frente al rechazo masivo y generalizado –más por la forma que por el fondo–, llegó a su fin.
En ese momento el desconcierto se apoderó de una administración que acababa de ganar limpiamente y en buena lid –mucho a poco– a todos los niveles, que sin embargo no entendía cómo a siete semanas de su indiscutido triunfo, todo se le venía abajo.
Desde octubre hasta acá la oposición perdió [otra vez] un tiempo de oro, y, lejos de capitalizar la frustración y la rabia, fue a la saga de los acontecimientos; de tal suerte que fueron reclamos ciudadanos los que empezaron a exponer el desgaste acumulado en diversos ministerios, y a señalar incumplimientos de gestión por parte de diversos ministerios e instituciones públicas que dejaban al descubierto deficiencias de gestión en algunas áreas. Mientras se iban acumulando cuestionamientos [y resentimientos], la oposición no hizo nada, ni mucho menos el gobierno, que no sabía cómo reaccionar… hasta ahora, que retomó la iniciativa. En política, la mayor virtud es la lealtad y todo lo demás es secundario. Al parecer, una de las mayores virtudes del presidente constituye una de sus mayores “debilidades”: la lealtad incondicional hacia quienes fueron leales a él.
Quizás por eso Abinader soportó cuestionamientos, quejas y reclamos; tantos los hechos de mala fe como los inspirados en el genuino deseo de mejorar las cosas. Y quizás por eso el presidente aguantó hasta el final, más por lealtad y agradecimiento que por terquedad. Y no fue casualidad la fecha –el décimo aniversario del PRM celebrado el sábado–, que brindaba la excusa histórica perfecta para renovar el gobierno, hacer cambios y nuevas designaciones en el gabinete… y salvar dignidades, que nobleza obliga.
Porque si Luis quiere “construir un gobierno más cercano y eficiente”, estaba obligado a hacer cambios profundos a lo interno del aparato; sobre todo cuando el proceso interno del 2026 requiere que los altos cargos partidarios responsables se dediquen en cuerpo y alma a él. Los cambios en los ministerios de Educación, Trabajo, Obras Públicas, Cultura; así como en direcciones, institutos, entes autónomos [y los pendientes], responden a críticas y cuestionamientos ciudadanos, pero también persiguen mejorar la gestión y eficiencia del gobierno. El 2028 se decide en el 2025 y no hay que esperar al 27 de febrero para hacer cambios y renovar el gobierno.
En términos históricos, Luis tiene por delante el desafío que tiene todo presidente: entrar en la enciclopedia y dejar un legado. En términos políticos, debe garantizar las condiciones para que el PRM pueda reelegirse, y eso requiere cambios profundos e inmediatos… y uno depende del otro.