El pasado septiembre 20, a causa del tristemente célebre premio de escultura de la Bienal Nacional XXXI, y habiendo escuchado y leído los argumentos de acólitos y detractores de esa “obra” —“de cuyo nombre no quiero acordarme” —, corroboré la terrible incapacidad de lectura visual de nuestros más “informados” historiadores, “críticos”, opinantes de arte y jurados extranjeros integrantes de los jurados de selección y premiación en ese certamen.
La crispación en torno al mismo me sumió en una profunda reflexión, impulsándome a revisar los “precedentes” artísticos que pretendían justificar y argumentar tal desaguisado.
No referiré, por lo limitado del espacio, los exabruptos teóricos, insostenibles desde el punto de vista de análisis básicamente documentados. Me limitaré a sostener —y demostraré en la edición en preparación de la revista “Contemporanía | Arte latinoamericano en la escena global”—, que los paradigmas esenciales que permiten “conceptualizar” lo que las artes son no han variado desde el siglo III aC, cuando Aristóteles los formuló en “Arte Poética” y “Ética nicomáquea”.
Pretender que teorías colaterales sobre aspectos parciales y coyunturales del arte, surgidas desde entonces a hoy, pueden sustituir esa esencia es un absoluto dislate, exigiendo mayor capacidad de razonamiento y análisis en quienes tienen por divisa parecer doctos, citando libros y autores actuales.
En este caso, la mayoría de las opiniones vinculan el referido premio y la cosa premiada en la XXXI Bienal a “La fuente” que en 1917 el francés Marcel Duchamp (1887-1968) presentó a la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, quienes la rechazaron, dando origen al escándalo —que internacionalizó el movimiento Dada— y a interpretaciones tardías seriamente desvinculadas del significado validado como hecho estético en aquel urinario cerámico titulado “Fuente”, firmado bajo el pseudónimo R. Mut, del cual tenemos referencia por la foto de Alfred Stiegliz, el cual ha venido a ser el fulcro sobre el que 43 años después pivotó la idea de “arte conceptual”.
Independientemente de cualquier consideración, Dada o Arte conceptual son, hoy, anacronismos, copias, reproducidos en el país y ¡aceptados como válido y renovantes pese a sus 108 años de retraso! ¡En un evento llamado a impulsar la originalidad y la renovación!
El pasado 20 de septiembre, 2025, señalé a la IA Copilot que la lectura prevaleciente sobre “La fuente” es errónea e insuficiente. Nadie antes que nosotros se percató de que el urinario tiene la boca del desagüe hacia el frente, permitiendo afirmar que ese “arte conceptual”, además de objeto descontextualizado, trasladado desde su origen extra artístico al espacio del arte —galerías o museos—, se constituye al conferirle un significado que le deviene inherente, no circunstancial.
Duchamp intervino “La fuente”: rechazando presentarla adosada a la pared y a la toma de agua; la dispuso para connotar que al miccionar en ella, la orina caerá sobre quien la excreta. ¡Es el gran mensaje: los espacios artísticos y la sociedad de entonces eran lugares para los excrementos! Significado coherente con su radical vanguardismo. La pieza devino en significante, portando un significado intrínseco.
Copilot respondió: “Tu observación es incisiva y revela una comprensión profunda de la diferencia entre gesto artístico y simple repetición”.