Apreciado y amable lector, es prácticamente seguro que al ver ese título usted haya pensado —en especial si es una persona quisquillosa— que se trata de un tema desfasado, o sea, algo que no va acorde con las circunstancias actuales o con las costumbres de la modernidad.
Por ejemplo, el uso de la minifalda, que surgió en la década de los sesenta, fue presentado por primera vez al público por la diseñadora británica Mary Quant en una pasarela, el 10 de julio de 1964. Aunque el diseñador francés André Courrèges también presentó faldas cortas ese mismo año, el reconocimiento mundial sigue siendo para Quant.
Esta vestimenta causó furor y se hizo sumamente popular, no solo entre los varones —que de repente podían “ver” con claridad lo que antes solo imaginaban—, sino también entre las mujeres, quienes no lo hacían solo para sentirse sensuales o atractivas, sino porque entendían que estaban contribuyendo a la liberación femenina y a “derrotar” el modelo patriarcal. Desde aquellos maravillosos años sesenta, las mujeres no han dejado de luchar por sus derechos, aunque lamentablemente muchas aún son asesinadas.
Debemos aclarar que, aunque esa moda ya no es tan popular como en las décadas de los sesenta y setenta, aseguramos que nunca desaparecerá. Se mantendrá, con variantes: hoy la vemos en vestidos cortos, de colores vivos, y sus ventas continúan siendo elevadas.
Otro ejemplo de tema desfasado son las noticias que ya fueron publicadas en el periódico del día anterior. Eso inspiró al gran compositor puertorriqueño Tite Curet Alonso para escribir su célebre canción “Periódico de ayer”, popularizada por el inmenso Héctor Lavoe. Recordemos un fragmento de su letra: “Tu amor es un periódico de ayer, que nadie más procura ya leer, sensacional cuando salió en la madrugada, a mediodía ya noticia confirmada, y en la tarde materia olvidada. Tu amor es un periódico de ayer”.
En nuestro caso, el título podría parecer desfasado. Sin embargo, el desarrollo del tema le hará percibir claramente —sin que quede en usted duda razonable— que sigue siendo actual e interesante. Es cierto que muchas personas se burlan del relato bíblico del becerro de oro, cuando el pueblo de Israel fabricó una imagen para adorarla en lugar de Yahvé.

Veamos el relato bíblico: “Al ver el pueblo que Moisés tardaba en bajar del monte, se reunió en torno a Aarón y le dijo: Anda, fabrícanos un dios que vaya delante de nosotros, pues no sabemos qué ha sido de ese Moisés que nos sacó del país de Egipto. Aarón les respondió: Quiten de las orejas los pendientes de oro a sus mujeres, hijos e hijas, y tráiganmelos. Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro y se los entregó a Aarón. Él los tomó de sus manos, los fundió en un molde e hizo un becerro de fundición”. (Éxodo 32:1-4, Biblia de Jerusalén Latinoamericana).
El pueblo de Israel de aquella época había perdido una de las cualidades más importantes del ser humano: la confianza, es decir, la fe. Aunque se creían religiosos, en realidad padecían una crisis de fe. Solo podían creer en lo tangible.
Algo similar ocurre hoy: la pérdida de la confianza en uno mismo vuelve a las personas frágiles, inseguras e incluso desconfiadas. Muchas desarrollan una paranoia no psicótica, sino neurótica: una profunda desconfianza hacia los demás, a quienes perciben como actores del gran “teatro” de la vida cotidiana. Les tratan con cortesía, pero creen que hablan mal de ellos a sus espaldas y que, si pudieran, les harían daño (paranoia neurótica).
Esa desconfianza les incapacita para disfrutar lo bello del bosque, la buena música o la poesía, para descansar, permitirse soñar o hacer alguna cosa que les guste, aunque a los demás pueda parecerles tonta o ridícula. En cambio, la inseguridad los impulsa a una actividad frenética en busca de seguridad material. Creen que la seguridad, la tranquilidad y la paz solo se logran consiguiendo su propio becerro de oro: mucho dinero. Y así, los afectos se descuidan y la vida emocional se minimiza. Gran parte de la energía se dirige a conseguir oro —dinero— creyendo ilusamente que así serán más aceptados. Pero aunque alcancen sus metas, si la motivación se basó en la inseguridad personal, nunca serán felices.
¿Por qué el becerro es de oro y no de otro material? La primera razón sorprende por su simpleza, es sencillamente porque el oro en las circunstancias especiales en que se encontraba el pueblo de Israel, deambulando por el desierto de Parán, era lo que más fácil, rápido y con menor esfuerzo se podía conseguir, debido a que hacerlo de madera o de barro, sería muy laborioso, mayor gasto de energía, y también llevaría un mayor tiempo.
Deseamos que note algo: esas condiciones —lo fácil, lo rápido, el menor esfuerzo— se han convertido en normas de vida actuales. Las personas inseguras (neuróticas) no desean esperar ni trabajar por resultados duraderos, ni nada que requiera tiempo para disfrutar los frutos del esfuerzo. Prostituyen sus sentimientos: no ejercen una carrera por vocación o por el bienestar de servir a los demás o sentirnos útiles, sino que la meta es obtener pronto la “bendición del becerro”, simbolizada por el dinero. Esa búsqueda constante de gratificación inmediata solo lleva a un vacío existencial que ninguna diversión puede llenar. Alegra, sí, pero no da felicidad.
Estas personas intentan hallar seguridad en lo material, pero lo hacen con impaciencia, desesperación y angustia. Su razonamiento se nubla y no logran resolver el problema fundamental: su inseguridad interior, lo que las vuelve escépticas y hurañas, dudando prácticamente de todos. Actúan como si fueran bondadosas, alegres y solidarias, pero la angustia les corroe el alma. Terminan más atormentadas que al inicio de su carrera tras el becerro de oro: dinero, éxito económico, vanidad.
La segunda razón es el brillo del oro. Es vistoso, esplendoroso, produce orgullo. Les permite exhibir algo valioso: un vehículo nuevo, un teléfono caro. En el fondo, quien se siente vacío busca validación mostrando lo que tiene. Publica sus posesiones para ser admirado y aceptado. Pero, aunque logre reconocimiento momentáneo, no puede acallar su conciencia, que le recuerda su propia inseguridad.
La tercera razón es la necesidad de tener un motivo para regocijarse o divertirse. En eso se parecen a los alcohólicos, que convierten cada emoción —tristeza o júbilo— en excusa para beber. En el caso del pueblo de Israel, la diversión fue un velo que les confundió, haciéndoles sentir falsamente felices.
Un síntoma frecuente entre quienes han alcanzado poder y riqueza, pero carecen de paz interior, es el insomnio. No porque la prosperidad sea mala —todo lo contrario—, sino porque no se mantiene la fidelidad a uno mismo. El dramaturgo y poeta inglés, William Shakespeare, lo expresó magistralmente en Enrique IV, segunda parte, acto III, escena I, cuando el rey exclama: “¡Cuántos millares de mis pobres súbditos sueñan a esta hora! ¡Oh sueño, gentil sueño, dulce reparador de la naturaleza! ¿Cómo es posible que te hayas ahuyentado, para que no quieras venir a posarte sobre mis párpados y sumir en el olvido mis pensamientos? ¿Por qué sueño te acuestas en las chozas ahumadas, donde no tienes para tenderte más que duros camastros y para invitarte al reposo más que el zumbido de las moscas nocturnas, en vez de penetrar en las alcobas de los grandes, bajo el dosel de suntuosos lechos, donde estaría arrullado por los sones de las más dulces melodías?”.
Conclusión: esperamos y deseamos que usted “Sea fiel a sí mismo”. Esa autenticidad le dará seguridad y un sueño placentero.
Y los creyentes confiamos en lo siguiente: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar”. (Salmo 46:1-2).
El autor es psiquiatra y general (R) del Ejército