Por: Ana Vargas
A veces, la vida nos pone frente a los logros de otros para medir nuestra capacidad, sino nuestro corazón. Es fácil dejarse llevar por los celos cuando vemos a alguien alcanzar lo que nosotros tanto anhelamos. Sin embargo, la verdad es que cada persona tiene su propio tiempo, su propio proceso y su propio destino marcado por Dios.
No sentir celos es un acto de madurez emocional y espiritual. Es comprender que las bendiciones ajenas no nos restan nada, sino que son una prueba de que los milagros sí ocurren, y que los nuestros también llegarán. Dios no olvida a nadie, solo espera el momento perfecto para entregarnos lo que nos corresponde.
Cuando vivimos comparándonos, nos llenamos de ansiedad y tristeza innecesarias. En cambio, cuando confiamos en el tiempo de Dios, encontramos paz en medio de la espera. Aprendemos que lo que se retrasa no se pierde, sino que se prepara con más amor y propósito.
Cada logro de otro puede ser una señal de esperanza. En lugar de sentir celos, podemos sentir alegría, sabiendo que Dios sigue obrando. Si lo hizo con ellos, también lo hará contigo. No mires lo que tienen los demás con envidia, míralo como una promesa de lo que también puede llegar a tu vida.
La fe se demuestra cuando sonríes aun sin tenerlo todo, cuando sigues agradeciendo mientras esperas. Esa actitud es la que mueve el corazón de Dios. Él premia al que confía, al que no se rinde ni se amarga viendo la prosperidad ajena.
Recuerda que las bendiciones llegan cuando estás preparado para recibirlas, no cuando las deseas con impaciencia. Si todavía no ha llegado lo que esperas, quizá Dios está afinando los detalles para que sea perfecto y duradero.
Así que no te desesperes ni te compares. Celebra el éxito ajeno y mantén tu corazón limpio de envidia. Las bendiciones que son tuyas, nadie puede arrebatártelas. Llegarán a su tiempo, cuando Dios diga