La primera guerra mundial fue la concreción del absurdo. Vamos, que toda guerra lo es, pero pocas veces la humanidad ha visto con qué furor y pasión millones de hombres partieron al frente con el deseo de matar al vecino.
Cien años después, las guerras difieren mucho de aquella cruenta “primera”, o de la letal “segunda”, que si acaso sirvió para algo, fue para sentar las bases de un orden planetario que brindó 75 años de paz, salvo algún que otro conflicto periférico como Corea, Vietnam o las guerras africanas, que más que escenarios bélicos, fueron válvulas de escape del sistema; un sofisticado mecanismo de diversificación del complejo militar industrial. En la práctica –salvo Yugoslavia en los 90s–, Europa logró lo impensable al vivir 75 años sin un conflicto bélico en el continente.
La invasión rusa de Ucrania rompió el espejismo de un territorio pacífico, retrotrayendo al presente imágenes olvidadas del pasado. El coqueteo de Kiev con Europa y la seducción ejercida por Bruselas y la OTAN –de cara a colocarse en el camino de Moscú– fue una bandera roja que Putin no aceptó y al final, el conflicto desatado no es entre Rusia y Ucrania, sino entre Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN. Kiev puede darse el lujo de perder y como quiera algo gana, Putin en cambio, en una carta se lo juega todo, y precisamente por eso está dispuesto a darlo todo.
En la inmediatez del día a día mueren un poco las tradiciones también. Toda guerra es una lucha de relatos, más que de armas o soldados. Desde 2018 la Iglesia Ortodoxa de Ucrania goza de autocefalia, y desde esa fecha se han escenificado guerrillas administrativas ecuménicas entre Kiev, “Constantinopla” y Moscú que rememoran mucho los conflictos religiosos gestados entre el Gran Cisma de Oriente (1054) –pasando por la Reforma Protestante (1517)– hasta Westfalia (1648).
Las luchas en asuntos celestiales inevitablemente impactan en asuntos terrenales; así las cosas, si la anexión rusa de Crimea (2014) generó las condiciones locales para luchar por la autonomía eclesiástica de Ucrania, la “Operación Militar Especial” de Putin no sólo aleja más al patriarcado de Kiev del de Moscú, sino que lo acerca mucho más a Occidente, al punto de que este 24 de diciembre ha sido la primera vez que la navidad se celebra acorde con el calendario gregoriano, por decisión de Zelenski y el patriarcado de abjurar del juliano y renunciar a celebrar el nacimiento de Jesucristo el 07 de enero, como vienen haciendo desde 1917… y desde antes.
Ahora con Europa de por medio, otra vez la política y la religión se dan un abrazo de muerte, y poco importan las tradiciones o costumbres, si al final todo es un simbolismo. Las fotografías de soldados ucranianos celebrando la navidad como todo el mundo en Occidente, era un claro mensaje que había que mandar, y se mandó. Para los políticos, lo de la fecha de nacimiento de Jesucristo –como siempre– quedó en segundo plano.