En febrero de 1993 se celebró en Mollina, Málaga, España, el “Foro joven: literatura y compromiso” al que se convocaron un grupo de escritores jóvenes iberoamericanos conjuntamente con los escritores consagrados más trascendentes de la literatura universal en ese momento, incluyendo varios premios Nobel.
Ese encuentro fue organizado por el Ministerio de Asuntos Sociales de España y el Centro Eurolatinoamericano de la Juventud (CEULAJ) con el propósito de analizar los nuevos desafíos y las nuevas respuestas sobre el quehacer literario en esa época.
De una manera muy rigurosa fuimos escogidos jóvenes escritores de cada uno de los países de Iberoamérica, ya que entre los requisitos el autor tenía que haber publicado por lo menos dos obras, las cuales fueron analizadas por un jurado que iba averiguando y certificando la trayectoria de los noveles narradores y poetas.
En el caso de República Dominicana se presentaron cuatro jóvenes y tuve el privilegio de ser el escogido como representante de nuestro país a esa histórica cita literaria, en la cual estuvieron presentes Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Ana María Matute, Juan Goytisolo, Wole Soyinka, José Saramago, Tariq Ali, Abel Pose, Jorge Al Kharrat y Jorge Amado.
Ese experimento social basado en la convivencia entre los escritores consagrados y los jóvenes escritores iberoamericanos observaba cómo se integraban unos y otros y cuál sería la trayectoria futura de los jóvenes escritores.
Todo era color de rosa hasta que llegué al CEULAJ, cuando me entregaron las llaves de mi habitación. Los cuartos eran individuales con todos los servicios instalados. Pero cuando abrí la puerta de la mía estaba vacía solo con una nevera.
Inmediatamente me dirigí a la recepción a reportar la situación y la joven que atendía me pide disculpas alegando que fue un error y que me entregó las llaves incorrectas porque “solo la del dominicano está vacía”. Yo me quedo mirándola y le respondo: “yo soy el dominicano, qué sucede?”.
La joven sorprendida me explicó que el dominicano que estuvo anteriormente se había llevado el DVD, rompió la televisión, le partió la puerta al microondas y había dejado una cuantiosa cuenta en llamadas telefónicas. Yo, con mucha vergüenza, le di una disculpa por el desconocido y le ofrecí mi tarjeta de crédito en garantía para que me pusieran los servicios.
Ella, a su vez, se disculpó y me dijo que mandaría a colocar todos los artefactos, que solo de hablar conmigo presuponía la persona que era y sabía que no iba a pasar nada.
Pasaron los días de la reunión y antes de retirarme le pedí que me acompañara para entregarle la habitación. No aceptó y me dijo que no era necesario. Yo le expliqué que los dominicanos somos tal cual como era yo y le llevé un regalo. Pero sí le pedí el nombre de esa persona y era un funcionario de aquel entonces, que luego llegó sorprendentemente a ser secretario de Estado. ¡Válgame Dios!