Por Wanda Espinal:
El otro día, otra vez me pasó algo curioso en una guagua.
Iba camino a Santiago, en el trayecto se montó un señor muy vigoroso, saludó con ímpetu, caminaba erguido.
Se sentó al final de la guagua y se dispuso a enviar notas de voz, en las cuales le explicaba a alguien que cambió su “turno” con perensejo para él irse al semáforo, y el otro a la cafetería.
Lo que pasó unos minutos más tarde fue inesperado.
El señor en cuestión salió de la guagua con un collarín cervical que simulaba problemas en el cuello, un brazo con una liga, una muleta y ¡caminaba cojeando!.
Mi cara y el murmullo de la gente lo dijo todo, ¿cómo uno cree en la gente?
Este señor que físicamente estaba muy bien, salía a pedir a un semáforo simulando tener problemas producto de un accidente. Y no sólo eso, sino que se turnaba con otro bárbaro para hacerlo.
¡Qué rabia!
Esta situación me hizo pensar en ¿cuántas de las historias de semáforos serán reales?