Por: Ana Vargas.
Hay momentos en la vida en los que como padres no podemos estar físicamente al lado de nuestros hijos. Ya sea en la escuela, en un campamento, en una excursión o más adelante cuando emprenden su camino independiente, no siempre podremos guiarlos con la mirada o el consejo inmediato. Pero hay algo que sí puede ir con ellos a donde vayan: los valores que les enseñamos en casa.
Educar con valores no es solo enseñar lo que está bien y lo que está mal, es sembrar en ellos la capacidad de pensar con empatía, actuar con respeto, ser
responsables y tener criterio propio. Los valores no se imponen, se viven. Un niño que crece viendo cómo sus padres actúan con honestidad, solidaridad y amor, aprende más que con cualquier discurso.
En el día a día, los valores se enseñan en cosas tan simples como compartir un juguete, pedir perdón, respetar los turnos, cuidar la palabra dada, y ayudar sin esperar nada a cambio. Son gestos pequeños que, repetidos con amor, forman el carácter y la conciencia de nuestros hijos.
Cuando un hijo está lejos y debe tomar una decisión solo, es en ese momento cuando todo lo aprendido en casa se pone a prueba. Y ahí es donde los valores se vuelven su brújula. No siempre elegirán lo que nosotros hubiéramos elegido, pero si tienen bases sólidas, actuarán con sentido, respeto y humanidad.
Educar con valores no garantiza hijos perfectos, pero sí humanos conscientes, que sabrán equivocarse con humildad, pedir ayuda con valentía y levantarse con dignidad. El mundo necesita más personas con corazón firme y mente clara, y esa tarea comienza en casa, en las conversaciones cotidianas, en los límites con amor y en el ejemplo diario.
Al final, no estaremos siempre junto a ellos, pero si hemos sembrado valores con paciencia y amor, no hará falta estar. Ellos sabrán qué hacer. Y en cada una de sus buenas decisiones, estará presente ese pedacito de hogar que les dimos. Confianza…