“ Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Mediante la acción, el discípulo de Cristo ha de certificar una y otra vez su manera de ser y de pensar: el cristiano tiene que refrendar al hombre de paz. Cristo es nuestra paz; por tanto, la paz de Cristo debe gobernar en nuestros corazones. “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18).
“Dichosos los que procuran la paz, pues Dios los llamará hijos suyos” (Dios habla hoy).
Los pacificadores buscan la paz, acuerdan las paces donde se presentan conflictos. Se oponen a los pleitos, a las guerras. Solo hacen guerra al mal, a Satanás, a la reyerta del mundo. Los pacificadores son los aplacadores, los promotores de la concordia. Ellos saben que la guerra se origina en el egoísmo -egoísmo que se convierte en avaricia o amor a las riquezas, soberbia de lo poseído, envidia de quien tiene más, odio hacia los demás, y que la nueva fe viene a enseñar el amor a los enemigos, el desapego de los bienes que se desgastan y son robados, el amor a nuestros semejantes, también a los que nos odian.