Al inicio de la Olimpiada Mundial de Fútbol 2022, Costa Rica perdió 7 a cero contra España. Pero los ticos derrotaron a Japón, que, a su vez, había derrotado a Alemania. Los alemanes empataron a 1 con España. ¿Qué quiere decir esto? Algo muy lógico: los 7 a 0 de Costa Rica significa que ese día los ticos jugaron excepcionalmente mal y los españoles excepcionalmente bien, pero no es posible sacar otras conclusiones de ese partido ni de ninguna otra goleada excesiva. Las selecciones nacionales tienen casi todas calidad de campeonas. Incluida la tica, la española, la japonesa o la alemana.
La Federación Internacional de Fútbol Asociación (la muy corrupta FIFA) se ha metido en camisa de once varas. Le ha otorgado a Qatar la posibilidad de organizar el campeonato mundial de fútbol y se ha jugado el tipo en la operación. (Parece que lo ha perdido).
Qatar está empeñado en demostrar que ellos no son como otras naciones musulmanas. En efecto: ellos no son como los talibanes afganos, que someten a 4 mujeres por hombre a la abyección más absoluta; ni como los ayatolás iraníes, que asesinan a una mujer por medio de una “brigada moral” por no llevar un velo; pero carecen de sociedades como la de Túnez, en las que las mujeres poseen prácticamente los mismos derechos de las occidentales: a estudiar, a tener el mismo salario que los varones, a divorciarse o a negar el divorcio, a ejercer cualquier cargo dentro del Estado y, en definitiva, a tener la posesión y el control sobre el propio cuerpo.
Rafael Leonardo Callejas fue presidente constitucional de Honduras de 1990 a 1994. Lo entrevisté y quedé satisfecho. Me pareció un hombre honrado. Hablaba con tanta indignación de la corrupción que me sorprendió cuando aceptó los delitos de haberse dejado corromper en la Federación Nacional Autónoma de Fútbol de Honduras (FENAFUTH), bajo su presidencia del 2002 al 2015.
Recuerdo que cuando le pregunté por qué Honduras era tercamente pobre, pese a la feracidad de sus campos, me dijo que la corrupción era endémica e insufrible. Resultó condenado por lo que los hondureños, con gran sentido del humor, le llaman el “Fifa Gate”, un turbio asunto en el que están mezclados los derechos de transmisión por tv de los partidos internacionales de fútbol.
Sospecho que Rafael Leonardo Callejas debe haber pensado que “robarle” a un rico —y los canales de tv generalmente lo son— no es igual que robarles a las legiones de paupérrimos hondureños. Sólo que olvidó la regla de oro del funcionario honrado: en la administración pública sólo se puede hacer lo que autoriza la ley.
Callejas utilizó el sistema bancario estadounidense para hacer estas fechorías y para esconder la plata, en lugar de usar la banca suiza, ignorando la clásica artimaña del “Perfecto corrupto”: “No deje huellas de sus delitos”. Cuando los estadounidenses decidieron castigar a la FIFA por haber cedido a la tentación de entregarle la organización del campeonato mundial de fútbol a Qatar en el 2022, probablemente por una cantidad “bajo la mesa”, Callejas fue víctima del “fuego amigo”.
En todo caso, Qatar está muy lejos de la diversidad de derechos que amparan a las minorías occidentales. Por eso está muy bien que la batalla la estén librando lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, y “queer” (LGBTQ) directamente, y coloquen un arcoíris como estandarte de pelea. Como el lábaro (un banderín de lucha que en tiempos anteriores era la enseña de las autoridades) que señala la meta que hay que procurar por encima de cualquier otro objetivo: el propósito es lograr imponer un ritmo de lucha adecuado a la inmensa tarea que tienen por delante.
LGBTQ es, como dice Joe Biden, las siglas que en EE.UU hoy significan que hemos llegado al periodo en el que puede amarse a quien quiera, independientemente del sexo. Para asegurarse de que el matrimonio entre personas del mismo sexo es inviolable está en proceso la codificación de la ley, con pinta de llegar a buen fin.
De acuerdo: eso es un paso en dirección de la “identidad de género”. Pero el 7.1% está vinculado al LGBTQ con arreglo al Gallup poll publicado en el Washington Post bajo la firma de Julianne McShane. Dice la periodista que una cifra extraordinaria de los adultos norteamericanos está dispuesta a autoclasificarse como lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros “o algo diferente a heterosexual”.
Los más audaces pertenecen a la llamada generación Z (nacidos entre 1997 y 2003). El 15% se autoclasifica como “Bisexuales”. Ello explica el resultado electoral de los comicios de “midterm” de 2022. Los jóvenes le arrebataron el triunfo a Trump, como se ha dicho. Pero ¿por qué? Como ha establecido Joni Madison, el Presidente Interino de la Campaña por los Derechos Humanos: “Con más personas LGBTQ+ viviendo abiertamente y abrazando su identidad, la lucha por LGBTQ+ igualdad en América debe continuar [hasta] que represente el crecimiento y la belleza de esta comunidad”.
Como suele decir el expresidente Obama, cuando él nació el matrimonio interracial estaba prohibido en la mitad del país, pero esas reglas cambiaron y le permitieron llegar a la Casa Blanca. No hay la menor duda de que continúa la revolución americana. La FIFA y Qatar deben tomar buena cuenta de ello y no dedicarse a cancelar los brazaletes con el arcoíris del hombro de los alemanes porque es inútil. Las costumbres están cambiando. Hasta en los países árabes.