Al país le faltan patriotas, como los que alcanzaron la inmortalidad para darnos una República libre e independiente.
Al no tener émulos de los padres fundadores, dispuestos a defender la integridad nacional a cualquier precio, el país ha ido perdiendo sus fibras nacionalistas.
Después de la última gran prueba en defensa de la soberanía, mancillada por tropas extranjeras invasoras en 1965, el país se ve de nuevo expuesto a las tentaciones injerencistas de poderes foráneos.
Esos poderes han tenido la capacidad de amarrar a políticos y gobiernos, subordinándolos a sus políticas de dominación e imposición.
Y por eso vemos, con pena y avergonzados, cómo el país está siendo arrastrado a una alineación de sus leyes, sus prioridades sociales y sus valores esenciales en función de lo que le dicten naciones más poderosas que la nuestra.
Es fácil percibir los signos de la disolución del compromiso patriótico sellado en la gesta independentista de febrero del 1844, pues pobre ha sido su defensa en los últimos años.
Muchos dominicanos no conocen de esa hazaña histórica, de sus fundamentos y de sus héroes, y por eso no pueden medir las consecuencias que puede acarrear esta disolución del sentimiento patriótico, que equivale a abrirles las puertas a la sumisión.
Solo si la patria pudiera parir más hombres con los ideales de Duarte, Sánchez y Mella, pudiéramos sentirnos más seguros de que su legado, es decir, la vida en una patria libre y democrática, no perecerá.
Hoy se cumplen 207 años del nacimiento de Matías Ramón Mella, el joven que disparó el trabucazo anunciador de la nueva República Dominicana, proclamando que “habremos de ser libres, o morir”.
¿Quién se atreve hoy, salvo una minoría que sí es fiel a esos ideales, a defender el orgullo patrio con el mismo coraje, convicción, desprendimiento y amor a la dominicanidad con que lo hicieron estos ilustres inmortales?