Tiene razón el gobierno dominicano, la República no puede cargar con los problemas de Haití, aunque lo que sí podría hacer es organizar la migración, a lo que hasta la fecha se han negado todos los gobierno. ¡Y todos han sabido como hacerlo! Lo supo Mejía, lo conceptualizó Fernández y lo intentó Medina con una Ley 169-14 que buscaba protegernos de los efectos de una sentencia 168-13 (TC) que nos hubiera convertido en los parias del Caribe, como nos lo advirtieron grandes amigos en el exterior, encabezada la lista por Mario Vargas Llosa.
Todos nuestros gobiernos se han negado a pagar el precio político-electoral-financiero de hacer lo que les manda una Constitución fundamentada en el respeto a la dignidad humana, que define al país como un “Estado de Derechos” que aunque los proxenetas del odio prefieran ignorarlo, incluye a unos derechos humanos que por mandato de Dios y la ciencia no excluyen a los haitianos pobres. Esos pobres que, por decisión de nuestras élites durante los últimos 90 años, son hoy parte fundamental del proletariado nacional que construye y siembra el país.
Los haitianos cruzan la frontera guiados y protegidos por unas mafias cívico-militares impunes, que también organizan tour de parturientas, o crean bandas pagadas por dominicanos para deforestar el territorio, entre otras fechorías. Las hordas de la dirección de Migración deben “buscar donde hay” (en las fincas y las construcciones) y castigar a quienes violen las leyes de migración y laborales. Pero perdón, quizás estoy pidiendo demasiado. Y es que, en la realidad, comparada con la República Dominicana de hoy, la mafia siciliana de los Corleone es apenas un jardín de infantes, un monasterio como el de Montserrat de mis nostalgias.
Si está cada vez más institucionalmente arrabalizada, con delincuentes celebrados en la política, el entretenimiento, la comunicación, los negocios, esta media isla es una mafia entera colocada en el mismo trayecto del caos, aunque macroeconómicamente seamos más estables que un matrimonio arreglado y, en turismo, seamos más exitosos que un amor extasiado en los azules soles de Salinas, después de visitar al cielo y seguir con vida, con perdón.
Somos un país ubicado inexorablemente al lado de la patria morena que en América inauguró la libertad, y hoy languidece sin fe, convertida por los suyos y los imperios en un barril de pólvora a punto de estallar de anomia y pobreza.