(parte 1)
“¿Alguna vez piensas en tu papito, caminando día y noche sobre campos arados y acostumbrándose a las explosiones por todas partes? … no te apresures a estudiar la geografía de Europa, creo que está a punto de cambiar.”
Estas emotivas palabras tienen hoy más de cien años, las escribió un chofer de ambulancia francés a su hijo desde el frente oriental de la Primera Guerra Mundial. Unos años antes, la Belle Époque reinaba en la escena europea de inicios de siglo, los territorios de ultramar rentaban grandes beneficios, significativos avances científicos habían legado nuevas tecnologías con aplicaciones bélicas y habían pasado más de 40 años desde la Guerra Franco Prusiana. Se piensa que esta guerra en la que aquel chofer se jugaba la vida terminó siendo tan letal por lo rápido que el conflicto pasó de la diplomacia a los mandos militares entre todas las partes. Todos querían probar las novedades, entre las que había tanques, lanzallamas, máscaras de gas, agentes químicos y aviones. Lejos de todos en la Belle Époque estaba el imaginar el resultado de esto que, mucho tiempo después, la Enciclopedia Británica describiría como una guerra que “prácticamente no tuvo precedentes en cuanto a la matanza, la carnicería y la destrucción que causó.”
Si me preguntas a mí, nuestro tiempo guarda mucha similitud con la Belle Époque. La última gran guerra pasó hace mucho, nuestra generación custodia nuevas tecnologías que no comprende, mantiene una falsa sensación de seguridad en la estabilidad social y mundial en la que creció, y lleva un pesado vendaje de narcisismo que no le permite oler la pólvora.
¿Cómo impacta esto en nuestro bienestar? La inversión en la economía de nuestras familias y nuestro país, tiene premisas y tiene dirección. Antes de gastar nos preguntamos, aun inconscientemente, cómo van las cosas, a dónde van, y a dónde deseamos ir. Aquel conductor francés estaba dando a su hijo una premisa de planificación. El chico perdería su tiempo si aceptaba el mundo como él lo veía antes de la carta, y más aún, podría costarle su bienestar o su vida no tomar acción en coherencia con la nueva información.
“El mundo”
Para las últimas seis generaciones “el mundo” es el gran arreglo geopolítico pactado luego y a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, ajustado después de la fragmentación del bloque soviético. Nacimos en un mundo de aproximadamente 200 países, OTAN, Guerra Fría, Naciones Unidas y globalización. Billy Joel hace un resumen brillante del siglo pasado en su éxito de 1989 We Didn´t Start the Fire. Sumemos que, en víspera de la caída de la Unión Soviética, el Banco Mundial, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional consensuaron una de las recetas de política exterior de mayor impacto económico en la historia de la humanidad, algo que el británico John Williamson acuñó como El Consenso de Washington. Este conjunto de recomendaciones a las naciones del mundo estaba orientado a facilitar el comercio internacional mediante la adopción de modelos de democracia liberal y economía de mercado. Estos fueron los inicios de algo que pronto pasaría a llamarse globalización.
Gradualmente, un considerable grupo de naciones alrededor del mundo adoptaron en mayor o menor medida estos principios, al tiempo que muchas naciones ponían al comunismo en el baúl del pasado. Este nuevo estado de las cosas fue retratado brillantemente por Francis Fukuyama en su libro de 1992, “El fin de la historia y el último hombre”, haciendo referencia a la noción hegeliana de la historia como el recuento del conflicto humano. La historia “había terminado” porque estos países estaban abrazando en principio las mismas ideas, al momento. Los países desarrollados y más tecnificados tomaron la delantera, convirtiéndose en grandes exportadores de productos agrícolas y transformados, así como bienes tecnológicos, a los países en vías de desarrollo, quienes vieron mucha de su población rural, ahora sin empleo, migrar masivamente a las ciudades, saturando los sistemas metropolitanos.
El entonces nuevo orden de las cosas funcionó en términos macroeconómicos, trayendo una curva de crecimiento predominantemente exponencial a la mayoría de las naciones del Consenso. Solo que “el mundo” está cambiando. El bienestar económico de la República Dominicana al depender significativamente de la industria turística, las remesas y las exportaciones, descansa en un frágil orden exterior que parece haber iniciado un ciclo irreversible de deterioro. Es posible que cinco factores apunten a una “desglobalización” en los próximos años: polarizaciones políticas nacionales en naciones desarrolladas, guerras en zonas de valor estratégico, posibles reacciones sociales ante la anticipada Inteligencia Artificial General, posibles reacciones sociales dentro de las grandes naciones ante los flujos migratorios de refugiados en busca de asilo, y posibles nuevas pandemias.
Si esto es correcto, quizás pronto tengamos que sentarnos a planificar para un mundo en fragmentación, en el que la interdependencia no funcione como hoy y la soberanía y autonomía se vuelvan las prioridades de inversión pública en materias como producción de alimentos, seguridad, energía, transporte y comunicaciones. Es el tiempo de la “continuación de la historia” para aludir a Fukuyama.
El autor es Director dela Escuela de Arquitectura de Unibe