POR:ANA VARGAS
La mano destructora del hombre ha dejado una huella profunda en nuestra casa común. Sin medir las consecuencias de sus acciones, hemos arrebato poco a poco los recursos que sostienen la vida de innumerables seres vivos. Bosques que una vez fueron hogar de diversas especies han sido talados, ríos que antes fluían con vitalidad ahora son sombras de lo que fueron, y el aire que respiramos se ha vuelto pesado por la contaminación.
Es momento de detener esos pensamientos erróneos que justifican la explotación desenfrenada de la naturaleza. Debemos reconocer que nuestra supervivencia está intrínsecamente ligada a la salud de la Tierra. Cada acción cuenta y cada decisión tiene un impacto. En lugar de dañar sin pensar, es vital adoptar una mentalidad de respeto y cuidado hacia el entorno.
Devolver al mundo sus bienes no es solo un acto de justicia, sino un deber moral. Cada esfuerzo por restaurar ecosistemas dañados, reducir residuos y proteger la biodiversidad es un paso hacia un futuro más sostenible. Es hora de unir nuestras voces y manos para sanar el planeta, asegurando que las generaciones venideras puedan disfrutar de la belleza y riqueza que nos ofrece.
Solo así podremos construir un legado donde todos los seres vivos coexistan en armonía con su hogar.