Por Wanda Espinal
El otro día, me senté a disfrutar de un vino de una marca poco conocida. Su sabor era muy agradable.
En la playlist sonaba «Coincidir» de Fernando Delgadillo. La piel se me erizaba mientras escuchaba los versos.
Empecé a recordar las Navidades de años anteriores y, me sorprendí riéndome cuando recordé cómo, en mi adolescencia y la primera fase de mi juventud, le pedía a Dios con fervor que ningún familiar o amigo cercano falleciera en esas fechas. Siempre me ha encantado esta época, y no quería que nada la marcara de forma negativa.
Con el paso de los años, dejé de pensar en eso. Pero hace cuatro navidades comprendí lo inmadura que había sido en aquella época.
En marzo de 2020 perdí una parte importante de mi vida. Cuando llegó diciembre, entendí tristemente que no importa la fecha en que se vaya un ser querido, en Navidad se sigue extrañando con la misma intensidad que el primer día. Y así, año tras año.