Por: Ana Vargas
Vivimos en un mundo donde pareciera que el valor de una persona se mide por lo que tiene, y no por lo que es. La sociedad empuja a muchos a buscar fama, dinero y posesiones, como si eso garantizara felicidad. Pero la realidad es que hay personas con mucho en los bolsillos, pero vacías por dentro.
No está mal trabajar por una mejor vida, ni soñar con una casa bonita o un carro cómodo. Lo preocupante es cuando esa búsqueda nos quita la paz, nos aleja de los nuestros, o nos hace olvidar quiénes somos en el fondo. El problema no es lo material, sino la desesperación por tenerlo a toda costa.
En cambio, la riqueza espiritual nos da lo que el dinero no puede comprar: serenidad, amor genuino, valores, y una conciencia tranquila. Es esa fuerza interior que nos sostiene cuando las cosas no salen bien. Es vivir con gratitud, ayudar al prójimo, tener fe y no perder la esperanza.
Conozco personas humildes, sin grandes lujos, pero que tienen una sonrisa que contagia. ¿Sabes por qué? Porque su corazón está lleno de cosas buenas. No envidian, no se comparan, y disfrutan lo poco o mucho que tienen. Han aprendido que la verdadera riqueza está en el alma.
Recuerdas que todo llega a su tiempo, y lo más valioso no se compra: se cultiva en el interior. Dios no te mide por tus bienes, sino por tus acciones y tu manera de amar.