La tragedia del Jet Set nos induce a meditar sobre el significado de la vida. Con lo acontecido, la sociedad dominicana se ha visto estremecida, enlutada, entristecida.
No encontramos respuesta lógica de por qué, en forma tan abrupta e inesperada, más de 200 personas fueron víctimas de una horrorífica muerte, al tiempo que más de un centenar todavía espera su plena recuperación.
¿Por qué resulta tan frágil y vulnerable la condición humana? ¿Cómo, en fracciones de segundos, un ambiente de festejo y celebración, se convierte en una escena de sangre y de dolor? ¿Cuál es la razón de nuestra existencia?
Vivimos la cotidianeidad en medio de la familia, el trabajo, los amigos, el entretenimiento, el aprendizaje, la comunicación, la iglesia, la política, los afanes del diario vivir, etcétera.
A través del tiempo, destacados pensadores han reflexionado sobre el sentido de la vida. Para Séneca, el filósofo estoico, la vida se divide en tres tiempos: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto.
De manera más mundana, en un memorable filme de Woody Allen, Manhattan, éste se interroga, también, para qué sirve la vida, que nos proporciona.
Responde de manera muy simple. La vida es comerse un hot dog. Es ver jugando a Willie Mays. Es, en esencia, disfrutar de las pequeñas trivialidades y de las cosas insulsas y anodinas con las que cada 24 horas alimentamos nuestro ser.
Es concebir nuestra existencia mediante el alegre disfrute de la vida. Desde que el crepúsculo se enfrenta al amanecer para ver quien triunfa, según frase de Shakespeare.
Vivimos a plenitud cada día cuando encontramos el desayuno sobre la mesa, llevamos nuestros hijos a la escuela, nos informamos de lo que acontece en el mundo, nos dirigimos al trabajo, apreciamos una pieza musical, descubrimos un nuevo libro, nos comemos las uñas viendo el juego del Licey y el Escogido y desafiamos a nuestros amigos para un juego de dominó o de ajedrez.
En fin, vivimos como en una especie de rutina, de vida circular que, sin embargo, no nos conduce al tedio, porque como dice el Apóstol Pablo, cada día trae su afán.
Lo bueno de la vida
Aunque a veces nos quejamos, nos desalentamos y hasta nos angustiamos, la vida es hermosa. Vale la pena vivirla. A lo largo de nuestra existencia, nos proporciona imborrables momentos agradables, amenos y placenteros.
Desde la cuna hasta el sepulcro vivimos en constante aprendizaje. Abrimos nuestros sentidos al mundo. Durante años de estudios, nos convertimos en seres racionales capaces de discernir sobre la naturaleza, la sociedad y la condición humana.
Nuestro espíritu de sensibilidad nos conduce a asumir la representación de una causa. Nos resistimos a ser indiferentes a todo lo que degrada nuestro sentido de dignidad, honor y decoro.
Para algunos, su causa, su propósito de vida, es la familia. Dedican todas sus energías al crecimiento de todos sus miembros, a su bienestar y a que puedan cristalizar sus sueños e ilusiones de avance y de progreso.
Para otros, es la lucha por la libertad, la democracia y la justicia. El compromiso asumido en la defensa de tan nobles ideales es de tal magnitud, que se está en disposición, si es necesario, de hasta derramar la sangre y ofrendar la vida.
Para todo eso, por supuesto, se requiere de otro componente vital: el amor. Esto así, porque es el sentimiento que nos vincula afectivamente con Dios, con la Patria, con nuestros padres, hijos y amigos.
Al final, todo llega a su fin; y cuando eso ocurre, lo que permanece es el recuerdo, la memoria de todo cuánto se hizo en nuestro paso por este mundo.
Así pues, vivir a plenitud es aprender a discernir sobre el mundo real. Es hacer del amor el motor que impulsa todas nuestras acciones; y es dejar un legado de lucha y solidaridad.
La tragedia
Desde el momento mismo del nacimiento, sabemos que estamos condenados a morir. Lo que ignoramos es cuándo y cómo se producirá el desenlace.
De por sí, la existencia humana es breve. Hace un siglo atrás, la ancianidad se alcanzaba a menos de 50 años de edad. Por el avance de la ciencia y de la medicina, actualmente la expectativa de vida se sitúa por encima de los 70 años.
De esa manera, hay un ciclo de vida que todo ser humano debe, en principio, agotar. Cuando eso no se produce, es porque el ciclo ha sido interrumpido en forma abrupta, generando mayor tristeza debido a que la partida se ha producido a destiempo.
Es lo que ha acontecido con la tragedia del Jet Set. La mayoría de los que allí se encontraban estaban muy lejos de alcanzar el límite biológico que nos impone la naturaleza. Por el contrario, se trataba de personas jóvenes, amantes de la música y del baile.
Los había de los más diversos sectores. Había empresarios, atletas, artistas, políticos, académicos, estudiantes, trabajadores y amas de casa. Además, provenientes de una diversidad de provincias del país, así como del extranjero.
Se había hecho un gran despliegue publicitario de lo que sería una noche para disfrutar, con el retorno al escenario del gran maestro musical, Rubby Pérez y su orquesta.
En las gráficas presentadas, se nota el gran entusiasmo que reinaba en el lugar. Hubo parte del público que se levantaba para corear, mientras otros se adueñaban de la pista para exhibir sus dotes de bailarines.
En fin, que no podía haber mejor ambiente para celebrar, divertirse y compartir una noche que se tornaba memorable. Pero, de manera inesperada, en forma sigilosa, un polvillo empezaba a descender sobre los asistentes. Luego, de manera sorprendente, se produjo el desplome, causante de la gran tragedia.
Desde entonces, la sociedad dominicana siente como que todo el peso de la tragedia cayó sobre su corazón, dejándola sin aliento, conmovida, sumida en un estado de desconsuelo, de melancolía y de nostalgia. A las víctimas del Jet Set, nunca las olvidaremos.