Dajabón,
La reciente publicación de datos por parte de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) sobre los suicidios en República Dominicana en 2024 debería invitarnos a una profunda reflexión. Aunque los 651 casos registrados representan una ligera disminución del 2.69% en comparación con el año anterior, no podemos permitir que la frialdad de las estadísticas nos impida ver el drama humano que esconden esas cifras.
Cada uno de esos 651 suicidios representa una vida que se apagó, una familia rota, una comunidad impactada. Son historias que, en la mayoría de los casos, se viven en silencio, escondidas por el estigma, la incomprensión o la falta de recursos. Que el ahorcamiento y la asfixia sean los métodos más comunes es un dato que, más allá de lo técnico, grita desesperación.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya lo ha señalado: el suicidio es una de las principales causas de muerte a nivel global. Pero en países como el nuestro, donde hablar de salud mental todavía es visto como un tabú, la prevención es débil y la intervención llega tarde si es que llega. No basta con mostrar cifras anuales. Es hora de que, desde el Estado, los medios, las escuelas, las iglesias y las familias se promueva una conversación honesta y permanente sobre la salud emocional.
Es urgente fortalecer las redes de apoyo psicológico, no solo en los hospitales, sino en todos los espacios comunitarios. Los profesionales de salud mental deben ser más accesibles, y sus servicios, desestigmatizados. Las campañas públicas deben dejar de ser esporádicas y transformarse en políticas sostenidas, con enfoque preventivo y de acompañamiento.
También es hora de mirar hacia dentro. ¿Qué estamos haciendo como sociedad para que tantas personas lleguen al límite de quitarse la vida? ¿Por qué tantos jóvenes sienten que no hay salida? ¿Qué pasa con los adultos mayores, muchas veces abandonados o invisibilizados? ¿Y con los hombres, quienes, según estadísticas anteriores, encabezan las cifras, pero rara vez piden ayuda?
Hablar de suicidio no es promoverlo. Es prevenirlo. Silenciarlo, en cambio, sí puede costar vidas.
Este no es un tema exclusivo de las autoridades sanitarias. Nos toca a todos. Porque mientras sigamos tratando el suicidio como una estadística lejana, seguiremos perdiendo vidas que pudieron salvarse con atención, empatía y escucha.
Por: Yameirys Acevedo.