No hay manera de atajar los recuerdos de mi larga vida cuando ocurren cosas en este presente de vértigo que animan la memoria a activarse en los que uno tiene guardados en el cofre sublime del amor imborrable.
En estos últimos tiempos he venido tratando lo delicado que resulta que la sociedad quede sometida a la incertidumbre valiéndose de la rapidez con que se desplazan las noticias en todos los planos; se saturan a los medios sociales de informaciones que son verdaderos flashes que aturden el entendimiento y nos llevan a la perplejidad como pandemia.
Se ha dicho siempre, que en las guerras la primera víctima es la verdad; también ocurre cuando las guerras se libran en el campo de la información, la contrainformación y el páramo de la desinformación. En otros tiempos más simples que éstos, ya el humor genial de Marc Twain decía: “Si usted no ha leído la prensa, no estará informado; si la lee, quedará desinformado”.
Lo penoso es que esa inconsistencia global de la información versa a veces sobre la Paz y la Guerra final, que se puede desatar según parecen anticiparlo éstas menores en curso, cuando ya se cuenta en muchas naciones con capacidad instalada para dar inicio al apocalipsis real, no al del sentido figurado.
En fin, metido en medio de esas cavilaciones me asaltan sentimientos variados: Por ejemplo, no creo que la paz de Medio Oriente será posible, si no se concentra la atención en las verdaderas y profundas causas que han mantenido esa parte del mundo sobre un conflicto de siglos de textura bíblica, donde juegan las religiones el papel inextinguible de los rencores y las separaciones mortales. Ese no es un eje cualquiera. Y ahora se ve cómo se está comportando la crueldad de parte y parte y no han querido reconocerse, ni respetarse, paradójicamente teniendo una capital espiritual compartida siempre en precario: Jerusalén.
Yo quedé convencido de esa irreconciliabilidad perpetua por las obras que he podido leer en este lejano Mar Caribe y hoy, cuando observo al Presidente Trump en su empeño de lograr la Paz, pero al tiempo articulando el grupo Abraham, de Estados Árabes, predominantemente musulmanes, para reconstruir a la destruida Gaza y alojar el Estado Palestino allí bajo control temporalmente razonable, me animo a pensar que el enfoque es perfecto.
Sobre todo, si puede venir el reconocimiento también mutuo de los estados del mundo árabe con Israel y se reducen los rencores y admiten la existencia legítima de su Estado, cuyos fundamentos son intocables dado que están edificados en los dolores mayores de la persecución y el exterminio de todos los tiempos.
Ahí fue cuando me llegó un recuerdo muy personal, pues se trata de una experiencia vivida junto a mi inolvidable esposa. Lo conté otra vez: Participábamos en una Cena de Estado ofrecida por el gobierno de Leonel Fernández al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás. El Presidente tuvo la gentileza de llevarnos a la mesa al importante mandatario, que se mostró muy complacido cuando saludara a doña Sogela, hija de padres palestinos, nacidos en Belén y Nazareth, respectivamente.
Mi esposa estaba muy conmovida con tal encuentro y se notaba una alegría especial mezclada con cierta nostalgia de los suyos al saludar a un gobernante de Palestina, pues todos sus mayores vinieron al país a partir del año 14, como resultado de las persecuciones del Imperio Otomano contra los palestinos cristianos.
Al regresar al hogar, me preguntó: “Dime una cosa, ¿él es cristiano?” Le contesté: “No. Creo que es musulmán.” Su reacción en silencio me indicó un desencanto del encuentro, aunque era muy prudente y reservada y no manifestó desagrado con mi respuesta.
Días después, ella me oyó hablar del asesinato de Rabin en el año 1995 y la muerte de Arafat en el año 2004, así como de sus bellos discursos pronunciados al recibir el Premio Nóbel de la Paz que habían alcanzado y ahí me dijo: “A ti que te sirva de ejemplo esa atrocidad. Los mataron su propia gente; son fanáticos y no hay manera de desaparecer esos odios, porque las raíces están en las divisiones religiosas. Por eso vinimos a parar aquí los árabes. Los pueblos son víctimas de esas pasiones. ¿Tú ves tú, que tanto te arriesgaste por los pobres del campo? no creas que eso lo agradecen todos los dominicanos. Hay muchos apegados a esa tierra que tú querías quitarles, que te detestan”.
Le respondí: “Vieja, no; sólo fueron las leyes de Balaguer, que me mandaban a hacerlas cumplir.” Y ella replicó: “¿Tú quieres una sociedad más justa? Los dos asesinados querían y lograron reconciliarse, pero mira las dos maneras en que los eliminaron, sin agradecer esos nobles esfuerzos que tú mencionas siempre cuando dices que ellos afirmaron ´hicimos La Paz porque conocemos lo que es la guerra desde la adolescencia´.”
Hoy la recuerdo a pocos días de la fecha de su nacimiento y tres años de su partida. Me amonestó siempre en forma prodigiosa, prudente y enérgica, pero siempre utilizando mis empeños que respetaba y compartía.
Guardando las siderales distancias entre mis recuerdos personales y la tragedia mundial de las guerras a que me he referido, les pido leer, amables lectores, en mis dos Preguntas venideras, cómo trato a esos dos héroes de la guerra y mártires de la paz, sólo para reafirmarnos en el dolor inmenso de este presente de escombros imperdonables.