Por Wanda Espinal
El otro día, hablé con alguien sobre el envío de fotos íntimas.
Con el avance de la tecnología, las relaciones a distancia y la apertura de muchas parejas que buscan nuevas conexiones y expresiones de la sexualidad, se ha vuelto una costumbre enviar fotos íntimas.
Sucede que hace unos días estaba en un baño público y, al lado de mi cubículo, entró una chica. Escuché cuando se quitaba la correa y, seguido, también oí el inconfundible «clic» del sonido de la cámara del celular, unas cuatro o cinco veces.
Me sorprendí, claro, y mientras me higienizaba las manos, escuchaba risas de la misma chica.
Luego conversé con un amigo sobre esto y le pregunté qué pensaba él, como hombre, al respecto. Dijo: «Sería hipócrita si no lo admito, recibir nudes de la chica que a uno le gusta es excitante. Crea un juego previo a las relaciones íntimas donde los dos se benefician». Incluso añadió, “Uno como hombre pasa mucho trabajo para enviar una foto que se vea bien, ¡créeme! Nos echamos a reír, y él seguía argumentando.
Escuchaba con atención y volví a preguntar: «¿Y qué pasa con la seguridad?». A lo que respondió que ese era un gran problema. Era un tema de confianza, de respeto hacia el otro. También admitió que era un completo peligro porque una vez se envía una foto, ya no se tiene control de lo que pasa con ella.
Entonces me quedé pensando en esa escena del baño y en las palabras de mi amigo. Por un lado, entendía la excitación y la conexión que podían generar esas imágenes consentidas entre adultos. Pero, por otro lado, la vulnerabilidad de las personas me generó inquietud. ¿Cuántas veces se cruzan esos límites de privacidad sin que nos demos cuenta? ¿Realmente somos conscientes de los riesgos que implica la difusión no consentida de este tipo de contenido?
La conversación con mi amigo abrió un debate importante sobre el consentimiento digital, la confianza y la necesidad de establecer límites claros en nuestras interacciones virtuales, especialmente cuando se trata de nuestra intimidad.
Lo que sucedió, y que ahora lo comparto, no tiene la intención de cuestionar a nadie, pero sí un profundo interés en que nos cuidemos. Hay un viejo dicho que dice “Caras vemos, corazones no sabemos”.