Por Wanda Espinal
El otro día, recibí el mejor servicio al cliente de mi vida.
Mientras realizaba mis chequeos médicos en Santiago Rodríguez, el hambre me impulsó a buscar un lugar para desayunar.
Mi elección fue un establecimiento que ofrecía tanto opciones saladas como dulces, con una presentación muy atractiva. Ya había visitado este lugar antes, y la experiencia siempre había sido agradable. Sin embargo, esta vez fue excepcional.
Al entrar y saludar con un «Buenos días», la respuesta de la empleada me sorprendió gratamente: «Buenos días, señora, soy fulana de tal (no recuerdo su nombre), estoy para servirle». Aunque esto pueda parecer común, lo que realmente marcó la diferencia fue su entusiasmo, su sonrisa y la energía positiva que transmitía.
La joven era delgada, de tez trigueña, vestía pantalones en tela jeen azules, una camiseta negra con un diseño al frente y un abrigo negro abierto.
Cuando pregunté por las opciones de desayuno, se tomó el tiempo de describir cada artículo con detalle, incluyendo los ingredientes y el tipo de masa utilizada. Me hizo sentir realmente especial.
Después de ordenar y mientras disfrutaba de mi hojaldre relleno de queso y pollo, noté que atendía a los demás clientes con la misma actitud positiva y energía.
El ambiente era muy acogedor. Al pedir la cuenta y quedar a solas, no pude evitar expresarle mi admiración: «Me ha encantado tu atención, tu dinamismo es algo que no se ve en todas partes». Ella sonrió y respondió: «¡Ay Dios mío!, usted es como la cuarta persona que me lo dice, muchas gracias».
Continuamos conversando y le pregunté si era familiar de los dueños. Me dijo que no. Le comenté que esperaba que siguiera así, ya que a veces hay empleados que atienden con pocas ganas y respuestas cortantes, y que generalmente los dueños son quienes se preocupan más por la atención al cliente. Ella respondió: «A pesar de ser joven, he aprendido que debo cuidar el lugar donde trabajo. Este empleo me permite estudiar y cubrir mis necesidades, así que debo hacerlo lo mejor posible».
Sentí el impulso de darle un abrazo, aunque no lo hice. Pero si algún día estás en Santiago Rodríguez, te recomiendo visitar Fresco Pan, ubicado frente a la parada de guaguas que va hacia Santiago de los Caballeros.