Por Wanda Espinal
El otro día, mis deseos de escribir estaban nulos.
Tenía muchas notas de cosas que me han pasado y que tengo el deseo de desarrollarlas y publicarlas, pero a ninguna le ponía carácter. Hasta que hice un pique y comencé a desahogarme en las letras.
Mi mamá dice que yo hago pique por todo, y por nada (quien me conoce en persona imaginará mi estruendosa risa cuando escribí esto).
¿Por qué nos gusta tanto opinar? Opinamos sobre todo, y siempre solemos emitir nuestra “humilde opinión”. Que muchas veces no es tan humilde.
Estoy en un proyecto que ha sido un sueño muy, muy, muy personal. Pero que lamentablemente es visible a todo el mundo, lo que automáticamente le da derecho a la gente a comentarme cosas.
Hay muchas opiniones que uno las recibe con agrado, y otras que solo son una espina en el globo que ya está a punto de explotar.
Este ha sido un proyecto que ha avanzado con mucho esfuerzo, y que de una manera jocosa me recuerda un meme que se hizo viral hace un tiempo. Trataba de un dibujo a lápiz de un caballo, en la parte de izquierda eran trazos meticulosamente plasmados, y la parte frontal de la derecha se veía desordenada y con poco cuidado, luego tenía un texto que decía “cuando no sabías que el trabajo se entregaba mañana”, haciendo alusión a las terminaciones a medias.
Bueno, pues todo esto ha sido así, un vaivén . Y todas las opiniones lo que hacen es que me preocupan más, sobre todo porque la parte monetaria juega un papel muy importante para poder hacer cualquier movimiento.
La gente me para en la calle, o va a mi casa a decirme: “y por qué hiciste eso así”, “esto no debe quedar así”, “cuidado si te dejaste engañar”, “mejor haz un esfuerzo extra y pon eso de esta manera”… y por ahí María se va.
Hasta que un día, llegué hasta el tope. Tenía muchas cosas de mi trabajo en la cabeza, más responsabilidades externas, sumado a el calorazo que hacía. Alguien llegó a mi casa y comenzó a hablar, para mala suerte me encontró de mal humor, le dije: “voy a poner una cajita, con un letrero que diga: si tu opinión no viene acompañada del dinero para resolverla, no la digas”. Recogí mi mochila y yo misma sentí cómo mis pasos se estaban escuchando muy fuertes, sentía mi respiración más rápida de lo normal.
¡Qué pique!
Cuando estaba sola comencé a escribir y a pensar, a llorar y a orar. Porque sólo Dios y yo sabemos lo que ha costado.
Es que da tanta impotencia uno saber que se pudo haber hecho mejor, pero que las posibilidades eran otras. Y la gente “metiendo el dedo en la llaga”.
Al final del día, este proyecto, como tantos otros sueños que nacen del corazón, es un testimonio de esfuerzo, perseverancia y una fe inquebrantable.
Que esta reflexión nos invite a la empatía y a recordar que detrás de cada creación, de cada paso dado, hay una historia de lucha y dedicación que merece ser respetada y valorada. No sabemos las batallas que libran los demás, y a veces, la opinión más valiosa es la que se guarda, o la que se ofrece acompañada de un verdadero deseo de sumar.